Juan Luis Cebrián durante sus palabras
Juan Luis Cebrián durante sus palabras

Valor profesional y sentido democrático, por Juan Luis Cebrián

Palabras del Consejero Delegado del Grupo Prisa durante la ceremonia de entrega del VII Premio de Periodismo 'Diario Madrid' a Francisco Pinto Balsemão

El jurado de este premio Rafael Calvo Serer ha apreciado en Pinto Balsemao “una valía periodística, empresarial y política, desde la que impulsó en abierto compromiso los cambios y salidas de Portugal en un sentido democrático desde los períodos históricos salazarista y continuista de Caetano”. Los cambios que ocurrieron en España y Portugal desde la época de las dictaduras salazarista y franquista son espectaculares en todos los órdenes y desde luego en el mundo de la comunicación. El final de la opresión política supuso la supresión de la censura y la consolidación de la libertad de expresión y derivó en la consiguiente desaparición de muchos medios de prensa. En Lisboa solo se editaban en 1999 dos de los diez diarios que se publicaban en la víspera del estallido revolucionario y habían desaparecido todos los editados entre 1974-1976. Más llamativo es el caso de los semanarios de información general y ámbito estatal pues únicamente se mantiene hoy uno de los existentes el 25 de Abril, precisamente Expresso.

En el caso español, la censura funcionaba como una máquina burocrática casi perfecta. Los periódicos necesitaban autorización gubernamental previa para ser publicados, los directores los nombraba el ministro y cualquier cosa que saliera impresa –noticias, fotos o publicidad– tenía que haber pasado previamente por la revisión de los servicios oficiales, que sellaban las galeradas de imprenta como justificante del hecho. El celo y pasión con que los censores se aplicaban a su tarea afectaba también, y sin empacho, tanto a la gramática como al buen uso del diccionario. En cierta ocasión, los servicios del señor Arias Salgado enviaron una nota de inserción obligatoria, en primera página y en negritas, en la que se narraba la llegada del  Caudillo a un pueblo de España, añadiendo el expresivo detalle de que las campanas de la parroquia comenzaron a doblar en señal de alegría por la visita. 

Avisado el burócrata de turno de que en todo caso lo que harían las campanas sería repicar, pues sólo doblan cuando es a muerto, él se mantuvo en sus trece, decidido a imponer su autoridad, y así se publicó en la prensa del día siguiente. La historieta hizo que el poeta Federico Muelas redactara unos versos que han hecho fortuna en la tradición oral del periodismo español:

El doblar, que es toque serio,

puede serlo de optimismo,

si lo manda el Ministerio

de Información y Turismo.

En 1968 la presión social contra la dictadura recibió la respuesta de la máquina represiva del régimen: Se suspendió por cuatro meses la publicación del diario Madrid –por un artículo del profesor Calvo Serer que elogiaba la decisión del general De Gaulle de retirarse a tiempo, actitud siempre difícil de imitar y obviamente no compartida por el general Franco-,  se secuestraron cautelarmente varios libros y publicaciones periódicas y se incoaron, en los primeros seis meses, doscientos sesenta y seis expedientes administrativos contra periodistas y empresas. Esta saga de despropósitos y persecuciones, culminaron con el cierre definitivo del Madrid en noviembre de 1971.

En Portugal, lo mismo que en nuestro país, no fueron pocos los políticos y periodistas que, como Francisco Pinto Balsemão, usaron la plataforma del periodismo para impulsar y consolidar el cambio democrático. Aún hoy recuerdo nítidamente el día de nuestro primer encuentro, en la Escuela Internacional de Periodismo de Estrasburgo, a principios de Mayo de 1968, cuando en las calles los estudiantes se peleaban contra la policía gaullista. Asistíamos esos días a un curso sobre “Concentración de Empresas periodísticas y Sociedades de Redactores”, tema que por cierto no ha perdido actualidad. 

Estábamos más delgados y también teníamos más pelo. Ambos ocupábamos responsabilidades en dos periódicos hoy desaparecidos –Diario Popular de  Lisboa e Informaciones de Madrid– y participábamos de un mismo sentimiento antifascista y liberal, en el más amplio sentido de la palabra.

Allí comenzó a consolidarse una de mis pocas amistades que ha sobrevivido a los avatares del tiempo y al desgaste de la distancia. Porque se basaba en el afecto, en el aprecio mutuo, y en las preocupaciones e ideas sobre nuestros países: en el deber de contribuir, sobre todo, en la medida de nuestras fuerzas en el restablecimiento posterior entre una política de realidades y otra de sueños.

Francisco siempre me pareció un hombre de profundas convicciones morales y con una indiscutible pasión para la política. En aquel tiempo los dos contemplábamos al poder con el escepticismo natural de quien por unos u otros motivos, andaba siempre cerca de él, y nunca dentro, pero siempre con el deseo de hacer cosas que facilitasen el tránsito democrático de la dictadura a un régimen de libertad. Por eso, Francisco aceptó ser diputado en representación de una disidencia honesta que fue pagada por el Poder con el menosprecio y la ignorancia. Aquel grupo de diputados “liberales” del “caetanismo”, entre los cuales se encontraba también Sá Carneiro y algunos de los notables representantes del actual partido socialista de Portugal, tuvo la virtud de encender una luz, por tenue que fuera, en la oscuridad del régimen, y sus dificultades pusieron de relieve la inoperancia de cualquier solución de reforma de un régimen totalitario, que no fuese la de ruptura con las estructuras del Poder tradicional.

Estuve al lado de Francisco cuando la voracidad de un Banco y la miserable venganza de los políticos de derecha se unieron con el empeño de arrebatarle la tribuna del Diario Popular. Pude comprobar su espíritu de decisión y su valor profesional cuando decidieron fundar Expresso como periódico de combate por las libertades y arriesgar en esta empresa su patrimonio personal en lugar de abandonarse al descanso o a disfrutar de una situación económica estable, administrando los rendimientos de un despacho de abogados prestigioso. La razón de todo era muy simple: Francisco, antes que nada, es un periodista y un intelectual y también un ciudadano comprometido con su entorno social y su país. Le acompañé igualmente en las largas noches anteriores a la fundación del semanario luchando contra la censura imbécil de un grupo de coroneles a sueldo de la dictadura, que se dedicaban, en las madrugadas de los sábados, a tachar primorosamente con lápices de colores el esfuerzo creador de reflexión de un número considerable de personas, mil veces más respetables que ellos, tanto por su nivel de conocimiento, como por su voluntad de servir a los ciudadanos y su educación profesional.

Llegada la revolución asistí con el inolvidable Dionisio Ridruejo al primer congreso del PPD y seguí las contradicciones del proceso portugués que ora condecoraba a sus héroes, ora los encarcelaba. Este es al fin y al cabo el destino de todas las revoluciones.

En sus viajes a Madrid, en mis desplazamientos a Lisboa decenas de veces hablamos Francisco y yo de los problemas y las soluciones posibles para nuestros países en aquellos años de transición. Las circunstancias, y también determinadas discrepancias ideológicas pueden permitirme suponer que en todo caso estábamos y estamos, respectivamente en las alas derecha e izquierda de ese partido político con que todo el mundo sueña desde el día en que Ortega y Gasset lo describió como el partido de las personas decentes. Desde nuestra concepción ilegal de las cosas y la vida, que nada tiene que ver con el liberalismo de opereta de estos pagos, Francisco siempre me pareció moderadamente más conservador que yo, que padezco una extraña admiración por lo subversivo. Tal vez se deba a que yo me beneficio del hecho de haberme mantenido siempre lejos de los salones de palacio, de los que Francisco parecía también dispuesto a alejarse, por más que ambos deambuláramos por los pasillos.

Un trágico accidente y un innegable sentido de la responsabilidad le llevaron, sin embargo, a tener que asumir la difícil tarea de la dirección del país y de hacerlo en los tiempos del cólera. Durante esa experiencia el primer ministro Pinto Balsemão cosechó, como es lógico, éxitos y amarguras, pero no legó un ejemplo de coherencia moral y de decencia profesional al permitir que su periódico se comportara de forma absolutamente independiente respecto a su acción de gobierno y, en muchas ocasiones, asumiera posturas acerbamente críticas.

Muchas cosas han pasado después, pero pese al correr de los años nuestra amistad sigue impoluta lo que no impide que en el terreno profesional y empresarial seamos hoy competidores (aunque bien sabe él que a mi me hubiera encantado  que fuéramos socios). Este es en cualquier caso un dato no menor para los tiempos que corren. Las guerras mediáticas que los celos, la ambición y la ruindad de algunos atizan en España no tienen lugar en Portugal, donde las empresas lideradas por Balsemao y las filiales de Prisa constituyen los primeros protagonistas del panorama audiovisual.

Algo deberíamos aprender de esto, sobre cuyo sentido ya nos dieran ejemplo en su día el propio diario Madrid y la figura de Rafael Calvo Serer que supo evolucionar desde el integrismo católico hacia el liberalismo democrático.

Por lo demás no me queda sino felicitar muy efusivamente a Francisco por su premio y felicitar también al jurado por su elección. La incorporación de Pinto Balsemao a la nómina de galardonados honra la memoria del diario Madrid: su lucha por la libertad, sus demandas de democracia y su militancia en las filas del sentido común.

Enhorabuena a todos ellos.

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