No al General De Gaulle
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Retirarse a tiempo: No al General De Gaulle

Este artículo escrito por Rafael Calvo Serer y publicado el 30 de mayo de 1968 también fue objeto de un expediente sancionador.

No al General De Gaulle
No al General De Gaulle

Si estamos o no en los comienzos de una nueva Revolución francesa, el tiempo lo dirá. Pero lo que ha quedado claro es la incompatibilidad de un gobierno personal o autoritario con las estructuras de la sociedad industrial y con la mentalidad democrática de nuestra época en el contexto del mundo libre. Aun en los mismos regímenes socialistas del Este el culto a la personalidad, característico del período staliniano, ha tenido que desaparecer. Tampoco el recuerdo de figuras como las de Hitler y Mussolini ha logrado revestirse de la leyenda que hizo perdurable la gloria de Napoleón. En los regímenes democráticos, incluso, grandes personalidades, como Churchill y Adenauer, fueron objeto de duras críticas y se vieron obligados a abandonar el Poder por los electores que en otros momentos les manifestaron entusiasta adhesión o un simple reconocimiento de sus servicios

El régimen más o menos autoritario de De Gaulle se encuentra ahora con que ha acumulado todas las desventajas y los inconvenientes de los autócratas y estadistas citados. La principal característica de sus diez años de Presidente de la República ha sido una exagerada personalización del poder. Ha gobernado prescindiendo de la opinión y consejo de casi todos los políticos o incluso en contra de ella. Ha menospreciado a los partidos, los Sindicatos y la Prensa. Por último, se ha encontrado ya anciano y queriendo mantenerse en el Gobierno con una crisis’ que puede acabar con él sin haber abordado a tiempo ni la organización del partido que pueda continuar su obra ni la preparación adecuada del posible sucesor.

Son demasiados los actos personales de Gobierno ejecutados por el general para que ahora, en unos días, semanas o meses, pueda rectificar con medidas de emergencia. Su política argelina, acertada desde un punto de vista internacional, le ene-mistó con gran parte del Ejército que le llevó al Poder y con la extrema derecha francesa; su política contra la Europa unida quebrantó una de las más fundadas ilusiones y esperanzas de la juventud; su hostilidad a la Nato y a los anglosajones le llevó a acercarse a Rusia y fortaleció a los comunistas franceses, que están en la oposición; su actitud contra Israel le va-lió la hostilidad general de los intelectuales; los viajes al Canadá y a Polonia motivaron nuevas irritaciones fuera y dentro de Francia.

De Gaulle quiere lograr de nuevo y directamente del pueblo el apoyo para sus medidas y decisiones personales. Quizá pudiese conseguir una ligera mayoría por el miedo que produce una alternativa en la que el partido más fuerte puede ser el comunista. Pero ¿podrá seguir adelante el anciano general cuando no es capaz de escuchar ni de rectificar? A este respecto recuerdo aquella aguda observación de Lequerica, en su despacho de las Cortes, cuando él mismo se consideraba como vicepresidente con derecho a sucesión, sobre el triste sino de los gobernantes que se hacen viejos en el Poder. Son sus mismos éxitos los que les traicionan, porque se aferran a lo que en otras ocasiones les fue favorable, aun contra la opinión de quienes les rodeaban. Pero al cambiar las circunstancias, ese inmovilismo resulta funesto. Me citó el caso de Carlos X de Francia. Lo mismo hubieran podido decir del viejo Bismarck. al que el Emperador se vio obligado a hacer dimitir por su incapacidad de retirarse a tiempo.

El resultado de las elecciones presidenciales de 1965 ya fue una advertencia a De Gaulle. No quiso escucharla y se ratificó en las legislativas de 1967: casi la mitad del pueblo francés mostró su disconformidad con la política personal del general. ¿Va a reaccionar ahora como Leopoldo de Bélgica? El Rey ganó el plebiscito, pero ro comprendió que no podía reinar contra una mitad del pueblo que englobaba precisamente a los obreros. De Gaulle pidió a Johnson un gesto dramático que hiciera posible la paz en el Vietnam. El Presidente americano lo hizo retirando su candidatura a las elecciones. ¿Qué puede ahora hacer el general en el mismo sentido? ¿Renunciar a su «force de frappe» y acometer la reforma universitaria, la social y la económica? La primavera de 1968 nos ha traído una avalancha de noticias que se suceden sin dar tiempo a asimilarlas. A la renuncia del Presidente Johnson ha seguido el asesinato. de Lutero King; el atentado contra Dutschke; las manifestaciones estudiantiles en toda Alemania; el ensayo de la libertad en Praga; las conversaciones sobre el Vietnam, sin interrupción de los bombardeos; y ahora la acción de los estudiantes, los Sindicatos y las izquierdas contra De Gaulle.

Todos estos acontecimientos, especialmente los franceses, inducen a la reflexión. España mantiene una semejanza de situaciones sociales y políticas con el vecino país. Si a Francia se le presenta el problema de la sucesión de De Gaulle y del régimen de la V República, también con especiales características está planteado en España. Mientras el general francés ha realizado una política exterior izquierdista, pero conservadora en el interior, la política exterior española ha sido de otro signo y en el interior está por hacer la reforma de las estructuras económicas y sociales.

Si el movimiento universitario y el obrero son de oposición radical al régimen personal de De Gaulle por la falta de participación de los gobernados en los niveles económico, social y político, los españoles no hemos resuelto la plena participación democrática cuando, según las leyes, se dan por terminados los períodos totalitario y autoritario del Régimen. Esta es la cuestión clave. En la vía de su resolución se plantean estos interrogantes prácticos y urgentes: ¿cómo puede formarse un Gobierno para enfrentarse con las nuevas realidades?, ¿cuál será la organización política más adecuada para que este Gobierno pueda contar en sus decisiones con la mayor participación individual o asociativa? Y, por último, en el momento de producirse la vacante previsible, ¿quién ha de ser el Jefe del Estado que reúna las mejores condiciones para la acción de aquel Gobierno y para contar con la máxima adhesión popular?

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