Poco antes de las tres de la tarde del pasado sábado, la calle contigua a las Facultades de Derecho y Filosofía y Letras de Madrid presentaba el aspecto de una pequeña batalla entre algunos estudiantes y unos destacamentos de la Policía Armada. El pavimento cubierto de piedras y los guardias blandiendo sus defensas hacían recordar que treinta y un años antes en muchas Universidades españolas se presenció semejante espectáculo. Ni los que entonces como «El Debate», el periódico católico de la época, ni los que ahora condenan, sin más tales violencias, están en lo justo. Y hay errores que son tan nocivos para la sociedad que pueden ser funestos de no atajarse a tiempo de todas las raíces del desorden . Estas protestas son moralmente condenables cuando son subversivas de un estado de derecho que ofrece otras vías para efectuarla. Pero no lo son tanto si la protesta no encuentra otro cauce que el aparentemente subversivo.
Los que en 1936 estuvimos con la protesta, Falangistas (S. E.U.), Agrupación Escolar Tradicionalista (A.E.T.) y los Estudiantes Católicos, y más tarde con la rebelión contra la República, debemos preguntarnos por qué ahora algunos estudiantes se lanzan a la violencia y dan su protesta al aire de la subversión y de la rebeldía.
Dentro de unos días, hará dos años, que una considerable masa de estudiantes encabezados por varios catedráticos, pretendió manifestarse pacífica y ordenadamente por los mismo lugares de la Ciudad Universitaria pidiendo asociaciones auténticamente representativas y libres, para acabar con la impopular imposición del S.E.U. sobre la masa estudiantil.
A muchas de las peticiones de entonces accedió el mismo Gobierno de ahora. No obstante, aplicó sanciones con la dureza de unos reglamentos propios de un período anterior en el que quizá fueran menos injustificados. Desde Febrero de 1965 las repetidas protestas pacíficas han recibido el mismo trato que tuvieron las anteriores a las violencias, que al fin se produjeron. Como consecuencia son muchos los rencores, resentimientos y frustaciones de los sancionados catedráticos y estudiantes por exigir lo que después fue aceptado por el Gobierno. Este año la protesta estudiantil se anunció para el 27 de enero en solidaridad, se dijo, con la de los trabajadores disconformes con sus dirigentes sindicales. No se puede decir que a estas alturas estos estudiantes y obreros están movidos exclusivamente por agitadores comunistas a las órdenes del extranjero, porque ello puede ser un error, a la larga, funesto. Aunque esta deducción se hiciera en repetidas ocasiones, es cierto que el comportamiento del Régimen fue correcto con la realidad. Tal manera de reaccionar fue una de las manifestaciones de la sensibilidad política del Jefe del Estado, que de este modo pudo ir encauzando la protesta para evitar que degenerase en rebelión subversiva el orden imperante.
Es inútil pretender huir de la realidad con la que habrá que enfrentarse un día u otro. Cuanto más tarde, más difícil será la solución de los problemas que se han ido aplazando. Entre los trabajadores y los estudiantes que se manifiestan hay distintas filiaciones: organizaciones católicas, socialistas, cuadros comunistas, etcétera. Si de estos últimos puede decirse que no están dispuestos a un diálogo constructivo, no es lícito atribuir la misma intención a los demás. Y cuanto más se retrase el diálogo, más profundas serán las diferencias.
Urge, pues, reconocer dentro de la ley el pluralismo de los distintos criterios y pareceres, por ahora no regulados. Tan sólo así podemos saber lo que hay de protesta justa o de subversión revolucionaria en estas manifestaciones; cuáles son las reivindicaciones que deben se recogidas y cuáles son las responsabilidades de todos.