Desde fuera de la pecera

Federico Ysart cuenta en esta columna como en cinco años un diario con medios escasos proporcionó a los españoles una perspectiva nueva de la realidad social, política y cultural; criterios nuevos para la formación de una opinión pública más cercana a las aspiraciones de la gente y a los parámetros al uso en el resto de Europa.

El diario MADRID es un precedente singular, aunque no el único, del proceso que desde los restos de una dictadura nacida de la última guerra civil construyó nuestra democracia constitucional. En cinco años un diario con medios escasos proporcionó a los españoles una perspectiva nueva de la realidad social, política y cultural; criterios nuevos para la formación de una opinión pública más cercana a las aspiraciones de la gente y a los parámetros al uso en el resto de Europa.

Fue un faro aislado dentro del sistema informativo que, a trancas y barrancas, desde el nacimiento de aquel régimen, sobrevivía bajo control gubernamental. Hoy resulta inconcebible el hecho de que una orden ministerial pueda silenciar un medio informativo; entonces también, pero ocurrió. El Madrid lo sufrió de modo escalonado, primero durante cuatro meses y finalmente para siempre en el otoño de 1971.

La libertad no formaba parte de los cimientos de aquel sistema, ni siquiera de sus usos y costumbres. Precisamente para abrirle las puertas y allanar el camino del cambio un viejo diario nacido en 1939 se refundó al término del verano de 1967. Acudí a la llamada de su flamante director para ocuparme de las páginas de política nacional, anulando el programa que me esperaba en la Universidad de Columbia, sugerido meses antes por el propio Antonio Fontán.

Aquel papel, nuevo, que salía a la calle a primera hora de la tarde aportaba independencia y un cierto sentido del humor que rompía la circunspección con que, en otros medios, se trataban los deportes o la tauromaquia, también afectados por el aliento adusto de los censores. Además, los lectores advirtieron la ausencia de ditirambos y otras manifestaciones del halago debido a las autoridades.

Como responsable de la información nacional me acostumbré a observar la actualidad política, laboral, universitaria, etc. como quien contempla el interior de una pecera desde fuera. Puedo asegurar que sentirse al otro lado del cristal es la mejor garantía que se puede brindar al público.

La independencia, tanto en las informaciones como en las columnas de opinión, es un deber ético del periodista, tanto consigo mismo como ante los lectores. En aquel régimen político, progresivamente ajeno a la sociedad que lo soportaba, ser independientes era una cuestión de principio para inmunizarse frente a lo establecido, que no era otra cosa que el resultado del compadreo de autócratas y oligarcas.

Claro que éramos conscientes de nuestro papel, como también de que no éramos los únicos empeñados en la modernización del sistema, torpemente porfiado en su pervivencia frente a las manifestaciones de los sectores más avanzados de la sociedad y preocupados por su futuro.

Claro que muchos teníamos vocación política, y algunos la llegamos a realizar ya en la democracia, pero eso no sesgó al MADRID ideológicamente. Nadie pudo adscribirlo a corriente alguna, ni a nada que no significara reformismo y libertades públicas.

Seis años después de nuestro forzado silencio los españoles pudieron votar en libertad, al fin. Sus representantes pactaron la constitución de una monarquía parlamentaria dentro de un nuevo Estado democrático de derecho, al fin. Por eso pugnó el MADRID durante cinco años, ni más ni menos.

Realmente no fue demasiado tiempo, pero sí fértil la empresa que hoy, cincuenta años después, recuerdo con orgullo.

Federico Ysart

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