El preámbulo de la Ley de Principios del Movimiento Nacional iniciaba con los siguientes términos; «Yo, Francisco Franco, Caudillo de España, responsable ante Dios y ante la Historia…», dos instancias supremas que excluyen dar cuentas a los españoles, aceptar cualquier clase de emplazamiento crítico ante los medios de comunicación o reconocer a sus conciudadanos el derecho a pronunciarse como electores para otorgarle o negarle su aprobación. Además, el problema de declaraciones enfáticas como la anterior, sin posible réplica, es su contraste con la realidad. Desde luego, los españoles estaban descontados pero faltaba en la lista franquista una tercera instancia que se introdujo sin pedir permiso: la prensa extranjera. Porque en la práctica además de ante Dios y ante la Historia, Franco se veía obligado a responder ante la Prensa Extranjera, que fuera del sometimiento impuesto a la prensa nacional pasaba a suplirla en sus funciones críticas.
La Prensa Extranjera era como la Virgen María nuestra protectora. Las fuerzas de oposición democrática estaban bajo su amparo. Que se diera noticia de sus actividades, protestas, manifiestos o manifestaciones en The New York Times, Le Monde, Frankfurter Allgemaine Zeitung, Il Corriere de la Sera o Radio Paris marcaba la diferencia y convertía a sus protagonistas en «no torturables». En todas partes donde la prensa del país deserta o está impedida de cumplir sus funciones críticas aflora y se multiplica el protagonismo de la Prensa Extranjera, mientras que cuando imperan las libertades públicas queda relegada y pasa a ser irrelevante frente a la prensa nacional.
Juan de Oñate