Francisco Pinto Balsemão recoge el Premio Diario Madrid
Francisco Pinto Balsemão recoge el Premio Diario Madrid

Oxígeno y pasión por la libertad, por Francisco Pinto Balsemão

Palabras del expresidente de la República de Portugal al recoger de manos de SAR el Príncipe Felipe el VII Premio de Periodismo 'Diario Madrid'

Altezas, señora Presidenta de la Comunidad de Madrid, señor Secretario de Estado de Comunicación, señor Presidente de la Fundación Diario Madrid, D.  Juan Luis Cebrián, excelentísimos e ilustrísimos señores, señoras y señores: Mis primeras palabras son de gratitud. Me siento profundamente honrado por la distinción que la Fundación Diario Madrid me ha hecho al concederme el Premio Calvo Serer. Me gustaría, con la benevolencia de todos ustedes, rememorar la figura señera de Calvo Serer que, desde hoy y a través del Premio que lleva su nombre, ha entrado también en mi biografía personal.

Rafael Calvo Serer luchó toda su vida por “Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. En los momentos duros y conflictivos que le tocó vivir –cuando el oxígeno de la libertad pública era muy escaso en España y se imponía en todas sus estructuras un pensamiento único–, Rafael Calvo enfocó su acción política en defensa de la Monarquía, la libertad y democratización de su País. Era un profesor universitario consciente de la necesidad histórica de encontrar una salida liberal, democrática y pacífica al franquismo. Su oposición a Franco le trajo –como se comprende fácilmente– ásperas dificultades. Pero también tuvo la alegría de experimentar cómo germinaban socialmente sus esfuerzos siempre unidos a otros muchos procedentes de diferentes puntos cardinales políticos.

En el diario Madrid supo, con la ayuda inestimable de Antonio Fontán, forjar un equipo de intelectuales y periodistas de amplio espectro que abonaron el terreno de la posterior transición política. Aquel Diario fue expropiado por el franquismo. Pero la tenacidad de Calvo Serer consiguió, después de largos esfuerzos políticos y judiciales, que le devolvieran –muerto y empobrecido, inviable ya– el diario Madrid. El diario Madrid ha inscrito su nombre definitivamente en ese cuadro reducido y selecto de periódicos que han dejado una huella profunda en la historia de la sociedad de su tiempo. Fue una aventura que estimuló el panorama gris y mudo del momento. Mantuvo encendida la llama de una libertad responsable y posible. Y enseñó a dos generaciones –una generación de cincuenta años y otra de treinta– a luchar a contracorriente con las armas de la razón y la inteligencia práctica.

Rafael Calvo, Antonio Fontán, el diario Madrid, la Fundación que perpetúa las ideas y la cultura del Diario, son –así me lo parece– relevantes referencias de la pasión por la libertad y la pasión por el buen periodismo. Por eso, me siento especialmente identificado con el Premio que se me ha concedido, porque también yo no soy otra cosa que un periodista que ha vivido, y sigue viviendo, el periodismo con pasión, y ha luchado, y sigue luchando, en las duras y en las maduras, por la libertad.

La libertad de informar en Prensa, Radio, Televisión y, más recientemente, en Internet o en los teléfonos móviles, es difundir noticias, crear y movilizar opiniones, llamar la atención sobre los problemas públicos sugerir sus soluciones.

Es también la libertad de ser informado, de acudir a los medios nacionales o extranjeros para saber lo que pasa, en la comunidad local o regional, en el país, en el mundo; para acceder a opiniones competentes y formar la propia opinión; para descubrir nuevos temas, nuevas ideas, nuevos caminos.

He tenido que enfrentarme, en las últimas cuatro largas décadas, a muchas dificultades e incomprensiones en la defensa –que siempre procuré que fuera coherente de los valores y principios de la libertad de información. En tiempos de Salazar, la censura previa –tan radical y absurda que llegaba a prohibir la publicación de noticias de temporales o terremotos– actuaba también a través de la intimidación personal: cuando trabajaba en Diario Popular, de Lisboa, por ejemplo, fui llamado más de una vez para interrogatorios interminables de la PIDE, la policía política de la época.

En tiempos de Caetano, el indiscutible ablandamiento inicial que se produjo duró poco tiempo: la Ley de Prensa que propuso, con Francisco Sá Carneiro, fue totalmente rechazada por el Parlamento de entonces. En ese contexto, Expresso parecía condenado a desaparecer: el castigo de representar las pruebas de página, impuesto por la censura, nos obligaba a cerrar cada vez más tarde, y hacía cada vez menos viable la distribución del periódico.

Con la Revolución del 25 de abril de 1974, recuperamos felizmente las libertades, aunque el péndulo se fue hacia otro lado: en un momento determinado, Expresso era el único medio de comunicación de ámbito nacional no controlado por el Partido Comunista Portugués y sus aliados del Movimiento de las Fuerzas Armadas, lo que nos llevó a enfrentar las más variadas amenazas, presiones al taller de impresión o boicots a la distribuidora. Por otro lado, haber sido uno de los tres fundadores del Partido Social Demócrata, pertenecido a sus órganos directivos, diputado en la Asamblea Constituyente y por tres veces diputado en la Asamblea de la República, provocó –y continúa provocando– en mis correligionarios una actitud crítica hacia el criterio de independencia política que mantengo en los medios de los que soy accionista mayoritario: y, hoy, además de Expresso, tenemos SIC,  Noticias, Visão, Exame y al portal AEIOU y algunos más.

Cuando durante dos años y medio presidí el Gobierno de Portugal, esa actitud crítica subió de tono. No se daba sólo en los simpatizantes del PSD. Mucha más gente no entendía por qué razón Expresso criticaba libremente –y en ocasiones de una forma exagerada (la vieja tentación de matar al Padre…) al Primer Ministro, que era yo. Instalada la democracia en Portugal, a partir de 1982 y hasta hoy, la lucha por la libertad de informar y de ser informado cambió sus coordenadas, pero subsiste: desde arrostrar sucesivas y misteriosas oleadas deinspecciones de Finanzas y de la Seguridad Social hasta cortes de publicidad de grandes anunciantes, pasando -como en este momento sucede– por el furor legislativo sobre los medios.

El rigor de las limitaciones, las sanciones previstas y el exceso de poderes concedidos a las entidades reguladoras por las nuevas normas, pueden generar un clima de miedo y conducir a la autocensura.

Pero más que del pasado o del presente portugués, interesa hablar del presente y del futuro de la libertad de expresión a escala planetaria. Y es ahí donde comprobamos que esa libertad no existe en grandes zonas de Asia, África u Oriente Medio, además de las dificultades crecientes en países como Rusia o Venezuela. Los portugueses y los españoles, que recuperamos la libertad hace poco más de 30 años, no podemos olvidarnos de los miles de millones de ciudadanos que, enpleno siglo XXI, continúan sin acceso a una prensa, radio y televisión libres, no consiguen acceder a la información global de Internet, tienen sus teléfonos móviles controlados.

Tendemos –hablo por mí en primer lugar– a olvidarnos, a mirar a otro lado, a fingir que los problemas de ellos no son nuestros problemas, a ignorar que hay periodistas presos o ejecutados simplemente por cumplir su misión, o que hay empresas de comunicación que son cerradas por cometer el pecado de intentar ser libres. Es obvio que debemos custodiar el ejercicio de la libertad de información en nuestras jóvenes democracias. Al poder político –más a la derecha o más a la izquierda– y al poder económico –cada vez más incontrolable, porque cada vez más global– no les gusta el periodismo independiente y de calidad. Procuran condicionarlo, amenazarlo o corromperlo, lo que a veces, desgraciadamente, consiguen.

La necesidad, en regímenes democráticos como los nuestros, de mantenernos activamente vigilantes, debe, sin embargo, ser compatible con la lucha por la libertad de información a escala global, arma y condición fundamental en la guerra contra la brecha creciente entre info-ricos e info-pobres; contra la desigualdad de oportunidades; contra las terribles injusticias sociales que existen en el mundo donde confortablemente vivimos.

Altezas:

Mi gratitud –manifestada desde el primer momento de mi intervención a todos los que con su generosidad han hecho posible la íntima alegría que siento– se hace aún mayor por la presencia de Vuestra Alteza en este acto y porque de sus manos recibo el Premio Calvo Serer. Es un altísimo honor que guardaré en mi corazón. La libertad ha de tener siempre una madura juventud, que se enriquece día a día con brillos y nuevas perspectivas. La libertad o es de todos o deja de ser libertad para convertirse en privilegio de grupo, tribu o casta. La libertad no es algo que se conquista de una sola vez y para siempre. Existe el riesgo de la libertad, pero también la libertad está siempre en riesgo. Tener el Premio Calvo Serer y haberlo recibido del Príncipe de Asturias, hace más fuerte aún, si cabe, mi compromiso con el periodismo libre y la libertad de información.

Secciones