Manuel Fraga Iribarne en la caza del urogallo

Al frente de “Juan Ruiz”

Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón repasaba en la edición conmemorativa publicada 50 años después de la orden de cierre al diario MADRID la anécdota de Manuel Fraga y la caza del urogallo que tan bien relató Juan Ruiz

“Juan Ruiz” apareció cada semana en las páginas del Madrid, desde noviembre de 1969 a junio de 1971. Constituimos el grupo Andrés Amorós Guardiola, de quien partió la idea y que ofrecía la hospitalidad de su casa para nuestra reunión semanal de trabajo. Juan Antonio García Díez, Enrique y Luis María Linde de Castro Carlos Espinosa, Francisco Condomies, Enrique Bregolat, Eduardo Martínez de Pisón, yo mismo y algunos otros cuya excesiva prudencia les hizo desistir demasiado pronto del empeño. Nada más y nada menos que tratar los problemas políticos candentes de cada día a la luz no solo de una ideología abiertamente democrática, sino con una buena dosis de competencia técnica. De ello eran garantía los nombres que he citado, todos los cuales han descollado después, no solo en la política (fundamentalmente en los diversos matices del centrismo), sino en actividades muy diferentes desde la diplomacia a la ecología, desde la crítica literaria a la economía.

Un ponente presentaba el borrador inicial que se discutía y reelaboraba entre todos. Además, algunos de nosotros asistíamos a los consejos editoriales del Madrid y otras reuniones convocadas en torno a la dirección del periódico. Muchas horas de discusión trabaron relaciones perdurables y recuerdos aún más duraderos que la propia vida, puesto que ya algunos de los miembros de aquel grupo nos han dejado para siempre. Pero, sobre todo permitió elaborar que muchos de nosotros hemos tenido ocasión de llevar a la práctica más tarde.

En julio de 1970, después de varios meses de aparición semanal, escribíamos: “Las formas superiores de racionalidad alcanzadas hasta ahora por la vida política – la nación y el estado no son fantasmas. Se encarnan en el plebiscito cotidiano y en la administración concreta de la cosa pública. Una larga serie de españoles han preconizado, desde hace dos siglos, la ilustración de nuestra existencia colectiva en tonos de admirable abstracción. Pero, por motivos diversos, la racionalidad de cada aspecto particular -aquí y ahora- quedaba descuidada y a menos, en el mejor de los casos, de la osada buena fe”. Tratábamos, por tanto, nada más ni nada menos, que de empalmar con ilustrados, doctrinarios y, más concretamente, con el regeneracionismo orteguiano. No solo para repensarlo más que para repetirlo, sino dando un paso adelante, para pasar de las categorías generales a los hechos concretos que, a la vez, recibían luz de aquellas y les daban plenitud.

Al tratarlos, decíamos entonces, “fuimos conscientemente impopulares porque todo intento de nacionalización ha de chocar con el empresario tímido, el padre que solo aprecia el aprobado de sus hijos cualesquiera que sean los conocimientos por estos adquiridos, el megalómano que desconoce las posibilidades de su propio país, la reliquia de la autarquía, el fetichismo de los kilómetros cuadrados y tantos otros ejemplos de nuestra fauna ciudadana”. Cuando en muchas ocasiones ulteriores he asumido la impopularidad siempre he recordado a “Juan Ruiz”. Y aquellos ejemplos, ocioso es decirlo, tenían todos nombre y apellidos que cada lunes habían aparecido en las páginas del Madrid, creando al periódico numerosos problemas solamente superables merced a la gallardía de su Director Antonio Fontán.

A veces, pasamos de la teoría a la práctica. Así, con ocasión de proponer y conseguir la modificación de las fechas de veda por la caza del Urogallo, Eduardo Martínez de Pisón organizó una expedición para impedir que Fraga cobrara una de aquellas piezas en pleno periodo de apareamiento. El ex Ministro movilizó en su defensa a la Guardia Civil y los expedicionarios terminaron detenidos; pero el apasionado pájaro aprovechó la ocasión y salvó las plumas. La Ley se modificó poco después fijando unas fechas de veda acordes con la climatología española.

Para aquella época, nuestro grupo y el propio Madrid eran un hito de libertad interior y exterior. Tanto que voló por los aires. Pero las semillas fueron fecundas.

Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón

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