Miguel Ríos
Miguel Ríos

Rock con R de Revolución

Román Orozco recuerda como comenzó la sección 'La nueva música' en el diario MADRID, con el objeto de dar espacio a todos aquellos compositores, músicos y cantantes que eran vilipendiados en otros medios de comunicación afines al régimen

You say you want a revolution
Well, you know
We all want to change the world

The Beatles

(Dices que quieres una revolución

Bien, sabes

Todos queremos cambiar el mundo)

 

 

John Lennon le puso apellido al rock and roll en agosto de 1968: Revolution. Revolución. Su música no podía estar ajena a lo que sucedía a su alrededor.

Lo adoquines volaban en las avenidas de París lanzados por los estudiantes a la policía; los tanques salían a las calles de Praga para reprimir a quienes pedían libertad; en la costa californiana se quemaba la bandera de las barras y las estrellas en protesta por la guerra de Vietnam; en la Plaza de las Tres Culturas los estudiantes mexicanos eran baleados por el ejército…

Más tímidamente, los estudiantes españoles protagonizaban revueltas y encierros en contra de la dictadura. El 18 de mayo del 68, el cantautor valenciano Raimon gritaba Al vent, en un abarrotado vestíbulo de la Facultad de Ciencias Políticas: Al viento del mundo/buscando la paz. En el campus, los grises patrullaban a caballo. Muchas veces cargaban contra los indefensos estudiantes.

Aquella oleada que sacudió al mundo era para Lennon una revolución. No se equivocaba. Jóvenes de todos los países se sumaron a la revuelta. Buscaban un nuevo orden. En todos los sentidos. Incluido el de la propia imagen: desde la longitud del cabello, a la brevedad de la minifalda, todo se puso en solfa. Nunca mejor dicho. Porque en buena parte, los líderes de aquella revolución eran los rockeros.

The Beatles

El Diario Madrid no podía estar ausente de esta transformación social provocada por el rock&roll. Así nació la sección La Nueva Música, de la que me ocupé. Un escaparate al que pudieron asomarse músicos, compositores, cantantes, que en muchos otros medios (por no decir la mayoría) no tenían hueco, eran duramente criticados e incluso insultados. Sus canciones, censuradas. TVE vetó a Serrat durante seis años y durante tres a Víctor Manuel. Ambos tuvieron que exiliarse una temporada en México.

Los vetos televisivos se daban en otros lares. En febrero de 1971 me dijo en Barajas Pete Seeger, uno de los más grandes de la música folk: “Estoy censurado en las cadenas de televisión americana, porque, al parecer, mis canciones no sirven para entretener. Puedo cantar siempre que mis canciones no sean ofensivas”. Firme defensor de los derechos civiles, resumió su credo: paz, libertad y trabajo.

Los Beatles añadieron el amor. En 1967, más de 700 millones de personas escucharon en directo por televisión la canción: All you need is love (Todo lo que necesitas es amor). Los hippies la convirtieron en su himno oficioso: “Paz y amor”. Los manifestantes contra la guerra de Vietnam gritaban: “Haz el amor y no la guerra”.

Paz, libertad, trabajo, sexo-amor… y drogas: el menú de Woodstock.

Las drogas, especialmente la marihuana, era en aquellos sesenta el desayuno espiritual de miles de jóvenes antisistema. Sus líderes, los rockeros, la ensalzaron en algunas canciones. Sex, drugs and rock&roll, titularía Ian Dury una canción en la que afirma que “es todo lo que mi cerebro y mi cuerpo necesita”.

Pronto descubrieron algunos el peligro de esas endiabladas substancias, en especial el ácido y la heroína. Y dejaron pinceladas de condena en algunas canciones. Cantan The Who: “Soy la reina ácida / estoy garantizada para romper tu pequeño corazón”. The Velvet Underground: “La heroína será mi muerte”. John Lennon: “Te prometo lo que quieras / pero sácame de este infierno”.

¿Y los españoles? Nuestro rockero mayor, Miguel Ríos, que había abrazado el espíritu del flower power, bautizó su nueva gira Conciertos de rock y amor. Y advirtió en su canción Un caballo llamado muerte sobre el peligro de la heroína: “No montes ese caballo /…/ Mira que su nombre es muerte / Y que te enganchará”.

El abrumador éxito del Himno a Alegría, adaptación de la Novena Sinfonía de Beethoven, disco del que vendió más de siete millones de copias, le granjeó a Ríos durísimas críticas, recogidas en este periódico. Cristóbal Halfter: “Me parece un robo”. Esteban Sánchez, pianista: “sacrilegio, caricatura, aberración y latrocinio”.

Miguel respondió en La nueva música, precisamente el día en que se estrenaba la sección (20-3-1970): “Triunfo en el extranjero y aquí me acusan de robo”. Y emprendió su especial autoexilio en California. “Voy a aprender de los grandes”. Por ejemplo, de Neil Young, uno de los genios que pasaron por estas páginas.

Cuando Miguel llegó a Los Ángeles, a comienzos de 1971, su admirado Young triunfaba con su tercer álbum en solitario, After the gold rush (Después de la fiebre del oro). Disco que mantuve en mi personal lista de “imprescindibles” durante dos meses. Me parecía excepcional. No me equivoqué. Las publicaciones más prestigiosas lo incluyen entre los 100 mejores discos de la historia del rock.

Ha pasado medio siglo y aquellos músicos por los que aposté no solo siguen en activo, sino que son considerados ejemplos para varias generaciones. Miguel y Víctor están otra vez en la carretera. Siguen en el blues del autobús. Joan Manuel celebra el cincuentenario de Mediterráneo, la mejor canción española de este medio siglo. Neil ha publicado 13 álbumes con tres bandas distintas y 56 canciones inéditas en los últimos cinco años. Los cuatro, y otros muchos que visitaron La Nueva Música, han estado presentes durante este medio siglo en todas las batallas: libertad, pacifismo, feminismo, ecologismo.

Siguiendo el consejo del viejo Young: Rockin´ in a free world (Luchando en un mundo libre). Para la libertad, sangro, lucho, pervivo, cantará nuestro Joan Manuel. Todos al vent, con Raimon. Y en eso estamos, 50 años después.

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