No había un duro

El que fuera redactor jefe del diario MADRID recuerda a los fotógrafos, o como ellos preferían denominarse, 'redactores gráficos', en esta editorial aparecida en la edición conmemorativa publicada 50 años después de la orden del cierre

No había un duro. Frente a la competencia de presupuesto  oficial ilimitado, que desplegaba los mejores técnicos, que no escatimaba en papel, que podía cubrir todas las noticias con abundancia gráfica, que desplazaba  varios enviados especiales  a un acontecimiento, nosotros, los «del Madrid», nos debíamos  ajustar a unos mínimos  económicos que siempre parecían  insuficientes. No había victimismo,  había envidia profesional  y mucha  ilusión. Sabíamos  dónde estábamos  y lo que queríamos,  por más que las disponibilidades  financieras  impidieran  cualquier  tipo de alarde informativo. Por mi puesto de redactor ­jefe, tenía que discutir  a diario con las agencias  el precio de reportajes y fotografías,  a sabiendas de que luego el administrador alzaría  la voz. Creo que nunca he chalaneado tanto como en aquella época,  ni en mi carrera ni en mi vida personal. Algún gol le pude meter al administrador cuando  comprobé que un colaborador gráfico habitual  cobraba por foto publicada ­o sea, por pieza­ y no por reportaje completo;  me las ingeniaba para incluir alguna fotografía pequeña  y compensarle así el trabajo realizado.  De todas formas,  la gerencia  me lo paraba casi todo y la vaselina a la escuadra  siempre era desviada  a córner. Durante  mi estancia  en Roma y Vaticano como corresponsal nunca abandoné  el farolillo rojo de peor pagado entre mis compañeros.  Pero la ilusión y el celo profesional superaban  los contratiempos.

Los «fotógrafos  del Madrid», en su inferioridad  numérica  y técnica, sabían muy bien que había que trabajar el doble para estar a la altura de las circunstancias en la pugna con la competencia. Los horarios  no existían, había que exprimir el modesto laboratorio, era preciso contener los gastos, apenas si cabía la especialización. Y así se las arreglaban Manolo Urech, con su experiencia y bonhomía; Fernando Wágner, puro nervio y vocación; o Barahona, dispuesto a lo que fuese con su sentido periodístico; y colaboraciones esporádicas de «Anteno» De Pablo o Guerrero.  Los jefes y los plumillas  siempre  les llamamos  «fotógrafos» en tono coloquial  (o incluso,  «foreros») pero se sienten más reconocidos en su labor si se les denomina «redactores gráficos»,  porque verdaderamente lo son y nunca constituyen un elemento  ajeno a las inquietudes y vaivenes de la redacción  como si de un postizo  se tratara. Vaya para ellos el homenaje  de estas líneas melancólicas.

Jesús Picatoste

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