No había un duro. Frente a la competencia de presupuesto oficial ilimitado, que desplegaba los mejores técnicos, que no escatimaba en papel, que podía cubrir todas las noticias con abundancia gráfica, que desplazaba varios enviados especiales a un acontecimiento, nosotros, los «del Madrid», nos debíamos ajustar a unos mínimos económicos que siempre parecían insuficientes. No había victimismo, había envidia profesional y mucha ilusión. Sabíamos dónde estábamos y lo que queríamos, por más que las disponibilidades financieras impidieran cualquier tipo de alarde informativo. Por mi puesto de redactor jefe, tenía que discutir a diario con las agencias el precio de reportajes y fotografías, a sabiendas de que luego el administrador alzaría la voz. Creo que nunca he chalaneado tanto como en aquella época, ni en mi carrera ni en mi vida personal. Algún gol le pude meter al administrador cuando comprobé que un colaborador gráfico habitual cobraba por foto publicada o sea, por pieza y no por reportaje completo; me las ingeniaba para incluir alguna fotografía pequeña y compensarle así el trabajo realizado. De todas formas, la gerencia me lo paraba casi todo y la vaselina a la escuadra siempre era desviada a córner. Durante mi estancia en Roma y Vaticano como corresponsal nunca abandoné el farolillo rojo de peor pagado entre mis compañeros. Pero la ilusión y el celo profesional superaban los contratiempos.
Los «fotógrafos del Madrid», en su inferioridad numérica y técnica, sabían muy bien que había que trabajar el doble para estar a la altura de las circunstancias en la pugna con la competencia. Los horarios no existían, había que exprimir el modesto laboratorio, era preciso contener los gastos, apenas si cabía la especialización. Y así se las arreglaban Manolo Urech, con su experiencia y bonhomía; Fernando Wágner, puro nervio y vocación; o Barahona, dispuesto a lo que fuese con su sentido periodístico; y colaboraciones esporádicas de «Anteno» De Pablo o Guerrero. Los jefes y los plumillas siempre les llamamos «fotógrafos» en tono coloquial (o incluso, «foreros») pero se sienten más reconocidos en su labor si se les denomina «redactores gráficos», porque verdaderamente lo son y nunca constituyen un elemento ajeno a las inquietudes y vaivenes de la redacción como si de un postizo se tratara. Vaya para ellos el homenaje de estas líneas melancólicas.
Jesús Picatoste