Neil Armstrong, primer humano que pisa la luna
Neil Armstrong, primer humano que pisa la luna

La bota de Armstrong tapó al Príncipe de España

Francisco G. Basterra cuenta como el acontecimiento más importante de la historia de la humanidad, la llegada del hombre a la luna, coincidió en España con la noticia de que Francisco Franco designaba como su sucesor al Príncipe Juan Carlos, con el título de Príncipe de España

Todo español mayor de 60 años recuerda donde y con quien estaba el lunes 21 de julio de 1963 cuando el primer astronauta, el estadounidense Neil Armstrong, posó sus botas sobre el suelo polvoriento de la luna tras descender cuidadosamente desde el módulo de alunizaje del Apolo XI.  Frente a la televisión, la única, la pública, atrapados por una imagen temblorosa, en blanco y negro, pudimos verlo en directo. La hazaña coincidió con la noticia política más importante desde el final de la guerra civil: Franco anunciaba su decisión de nombrar al príncipe Juan Carlos de Borbón como su sucesor a título de Rey. Este hecho no está sin embargo en la memoria de nadie.

Buen reto para la prensa intervenida y censurada por la dictadura que se ablandaba al compás de la progresiva vejez de su titular, solo responsable ante Dios y la Historia. Cómo compaginar las dos noticias sin suscitar los recelos del Régimen. Casi sin excepción, las redacciones de la época continuaban al mando de una generación de periodistas de edad aposentados desde el 1 de abril de 1939, fecha en la que cautivo y desarmado el ejército rojo, las tropas nacionales habían alcanzado su último objetivo: Madrid. La guerra civil había concluido. Generación que en solo 12 años sería arrumbada por una nueva de informadores liberados biográficamente de la incivil contienda.

En el diario Madrid, un vespertino con toques liberales y monárquicos de don Juan, cuando los tecnócratas del Opus Dei que ocupaban puestos importantes en el Gobierno de Franco apoyaban al príncipe Juan  Carlos, la decisión sobre la primera página le correspondía al catedrático de latín y periodista, Antonio Fontán,  que ensanchó los límites de la libertad de expresión  en los estertores de la dictadura de Franco, desde un liberalismo templado. El periódico apostó por titular a 5 columnas a todo lo ancho de la primera página, La luna ya es del hombre, con la foto borrosa de Amstrong pisando el suelo lunar. Fontán, muerto Franco, presidiría el primer Senado de la democracia. Hiló fino y publicó un editorial ecuánime y cogido por los pelos bajo el inocuo encabezado Ante las Cortes del 22 de julio.

O sea, del día siguiente, martes 22. La opacidad del Régimen era total, Franco había bloqueado cualquier filtración. Se sabia, eso sí, que anunciaría un cambio en la Ley de Sucesión y que falangistas y tecnócratas divergían absolutamente sobre la sucesión a favor de un rey. El editorial se mostraba a favor de una Regencia como solución puente “que aseguraría la continuidad del Régimen y el empalme con la Monarquía. El desgaste indudable que cuando desaparezca la fuerte personalidad política de Franco ha de sufrir el sucesor inmediato, se evitaría así al Rey definitivamente instaurado”.

Franco, tembloroso ante las Cortes, designaba sucesor al Príncipe Juan Carlos, con el título de Príncipe de España. Su padre, don Juan  se subía por las paredes en Estoril al creerse engañado por su hijo. Carrero y López Rodó ganaban su apuesta política y Solís y la falange la perdían. Este último intento sin éxito que la votación en las Cortes fuera secreta. Don Juan disolvió su Consejo Privado y retiró a Juan Carlos el título de Príncipe de Asturias. El eximio intrigante monárquico Pedro Saínz Rodríguez, afirmó: La Monarquía de don Juanito vendrá, efectivamente, cuando Franco estire la bota y durará, si no lo remediamos, lo que un pastel a la puerta de un colegio.”

La propuesta de Franco sobre su Monarquía fue aceptada por 491 votos a favor, 19 en contra, y 9 abstenciones. Votaron en contra el teniente general García Valiño y el director de ABC, Torcuato Luca de Tena. Juan Carlos afirmó ante las Cortes que recibía del Generalísimo Franco “la legitimidad política surgida del 18 de julio de 1936”. Aceptaba ser nombrado rey de los vencedores de la guerra civil. Tardaría más de 12 años en prometer ante las Cortes, todavía franquistas, que sería el Rey de todos los españoles. Un oscuro profesor de derecho constitucional, tutor del Príncipe, el asturiano franquista Torcuato Fernández Miranda, palió la mala conciencia del juramento de Juan Carlos, asegurándole que todas las Leyes Fundamentales del Movimiento podían ser reformadas e incluso derogadas, sometidas a una alquimia legal de los textos constitucionales. Y así se hizo ya con Franco sepultado en el Valle de los Caídos.

El periodismo de la época comprendida entre 1963 y finales de 1975 fue un ejercicio de funambulismo que aprovechó cuando pudo el desgaste de las costuras del Régimen, que murió sin embargo matando en Octubre de 1975. La información internacional primaba, siendo más libre, mientras que la nacional continuó aherrojada. En noviembre de 1971, el ministro de Información, Sánchez Bella, cerró el incómodo diario Madrid. Algunos de sus jóvenes redactores, Pepe Oneto y Miguel Ángel Aguilar, entre otros, alumbrarían más tarde una revolución periodística con  la aparición de la revista Cambio 16 y después del también vespertino Diario 16. Cambios democráticos sensibles en la prensa  que se consolidaron en 1976 con la salida de El País.

Francisco G. Basterra

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