Lectores del diario MADRID
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Cuando yo era Romerales

El que fuera fiscal jefe de la Audiencia Nacional, Eduardo Fungairiño, narra cómo comenzó a escribir en el diario MADRID y cómo tuvo que usar un pseudónimo para proteger su identidad

Cuando estaba terminando la carrera de Derecho, en 1969, me encontraba ya en silla de ruedas (por entrar en una curva de una carretera próxima a Madrid a una velocidad propia del Marqués de Portago) y no sabía que hacer. Me interesaba mucho la historia, y específicamente la historia militar. Mi hermano Alfonso, que sabía de mis aficiones, tenía como compañero de residencia a Miguel Ángel Aguilar y entre uno y otro me animaron a escribir algo en el Madrid. Parece que gustó, y llegué a publicar hasta una veintena de artículos sobre maniobras navales, carros de combate adquiridos por España (los AMX 30), composición de la flota (los submarinos “Daphne”), la guerra de guerrillas, incluso algo sobre las unidades de infantería que formaban en esas fechas la guarnición de la Colonia de Gibraltar (los “Green Jackets”, el “Royal Regiment of Fusiliers”), etc. ¿Cómo conseguía los datos? Pues comprando revistas, subscribiéndome a publicaciones oficiales, llamando por teléfono a los despachos de los Ministerios y pidiendo información a las Embajadas, etc. Además, tenía muchos libros algún archivo sobre el tema. En esas aventuras y contactos conocí a Antonio Sánchez Gijón y a Pepe Oneto.

No se me daba del todo mal, pues no solo me publicaban los artículos, sino que me los pedían. Yo había remitido el primer artículo con el seudónimo de “Alpinjäger” (cazador alpino en alemán); pero, al parecer, se borraron algunas letras, y solo quedaron la primera y la última, con lo que mi primera colaboración con el Madrid apareció firmada por A.R. Tenía, pues, que buscar otro seudónimo que cuadrase con esas iniciales. Y se me ocurrió, sin pensarlo demasiado, el de Alfonso Romerales. Ocurría que un General Romerales había querido resistir el Alzamiento del 18 de julio en Melilla, y fue fusilado. No le gustó nada a algunos que evocara – aunque fuera por simple coincidencia- la figura de un militar republicano. Estábamos todavía en 1969 y el horno no estaba para bollos. Pero yo no estaba dispuesto a cambiar otra vez de seudónimo, y así quedó la cosa.

Eduardo Fungairiño

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