Yo no sé de donde sacó Chumy el «nom de plume» con que todos le hemos conocido. Cuando empezó a entregamos su diaria caricatura era un joven prometedor pero ya prestigioso dibujante de humor, que se había ganado un ligar distinguido en las revistas profesionales. Trabajó para el MADRID desde 1967. En varios de sus libros se han recogido muchos de sus chistes que habían aparecido en nuestras páginas y que a él le gustaba llamar caricaturas. Fue uno de nuestros más apreciados «editorialistas». No entró nunca en confrontaciones directamente partidistas, ni en polémicas profesionales. En algún lugar ha contado él su conversación conmigo cuando empezó a trabajar para nuestra página tres. Hacía una especie de descripción geométrica de la posición política e ideológica del periódico. A un lado estaba lo que la gente entendía entonces por «derecha», que venía a confundirse con la ortodoxia del régimen, y por otro la «izquierda». Nosotros nos habíamos propuesto estar en el centro con la vista en la realidad que se extendía por ambas direcciones. No sólo defendíamos las libertades ideológicas y políticas, sino que nos proponíamos practicarlas. Él tenía toda la libertad del mundo para concebir y componer sus chistes. Yo, como director del diario y responsable de la publicación, me reservaba el derecho de rechazar alguno de sus trabajos. Chumy, casi treinta años después proclamaba sin rebozo que ese caso no se dio nunca. Así como que tampoco se le había insinuado el asunto que habría que abordar. Chumy era un artista moderno, de acusada personalidad y de un estilo inconfundible. También era pintor y lo hacía muy bien entre otras cosas porque era un excelente dibujante dueño de un trazo firme y de una notable capacidad de observación: la misma que aplicaba a la realización de sus caricaturas y a la caracterización irónica de sus personajes. Las caricaturas de Chumy no necesitaban ir firmadas, ni acompañadas de ese pequeño solecillo, que no sabría decir si siempre, o sólo con frecuencia, aparecía en ellos.
Chumy era también un sociólogo. Pasados por los tamices de su ingenio y de su vocación de observador de las realidades humanas y de la sociedad española de su tiempo, Chumy elevaba a esa modesta pero tan de nuestra época plasmación de tinta sobre blanco su versión irónica de la realidad en que vivíamos entonces. Los textos que acompañaban a sus dibujos eran expresivos, adecuados y sentenciosos. Chumy era un moralista. Quizá por eso resulte tan adecuado ilustrar las columnas del navarro Moncho Goicoechea con los dibujos del donostiarra Chúmez.
Antonio Fontán