Rosa Cullell
Rosa Cullell

Un espíritu libre, por Rosa Cullell

Laudatio de Rosa Cullell en la ceremonia de entrega del XVII Premio de Periodismo 'Diario Madrid' a Francesc de Carreras

Señoras, señores, benvolgut Francesc.

Cuando me llamó Miguel Ángel Aguilar -yo estaba en Lisboa- para hacer la laudatio de Francesc de Carreras, me quedé un poco sorprendida y pensé que él también se sorprendería mucho hoy cuando me viera aquí.

Yo no soy una académica, he sido periodista y gestora de algunas empresas de Comunicación. Pero sí soy muy lectora de Francesc, desde hace muchos años. He leído mucho tus artículos. Y como estamos en la sede de tantos diarios ilustres, creo que voy a hablar un poquito más de una faceta tuya que es la escritura y el análisis politico.

Voy a empezar por el principio, por la familia. Finalmente la familia es el principio casi de todo y mi familia y la de Francesc nos hemos ido cruzando a lo largo del ultimo siglo. Él no sabe mucho de la primera parte, pero mi abuelo, uno de mis abuelos, un fabricante del Poblenou, del Pueblo Nuevo de Barcelona, cuando tenía un problema muy grave solía decir: “Llamemos a de Carreras, llamemos al abogado”. Y llamaban a Narcís de Carreras. Era muy admirado en mi casa, donde, imagino, que antes de la guerra solían votar a la “lliga regionalista”. Después dejaron de hablar de la guerra y, por lo tanto, me tuve que enterar por mí misma. No les voy a cansar mucho, pero Narcís de Carreras, abogado y padre de Francesc, era conocido por ser hombre de muchos saberes y capacidades -según decía mi abuelo- y entre ellos tenía la oratoria. Ya se ha hablado del Fútbol Club Barcelona aquí antes. Les tengo que decir que en su primer discurso como presidente del Fútbol Club Barcelona -y no fue esa su tarea más importante, imagino-  dijo la famosa frase: “El Barcelona es más que un club” “El Barça és més que un club”. Ese fue Narcís.

Su hijo, Francesc de Carreras, es también más que un catedrático emérito de Derecho Constitucional. Es, entre otras cosas, articulista, periodista, profesor de diversas materias, padrino de políticos, fundador de foros y partidos y, en mi opinión, preclaro analista. Por todo ello, está más que justificado este reconocimiento de la Fundación Diario Madrid. Sus artículos, tan cercanos a la realidad, que escribe ahora en El País, pero antes escribió en La Vanguardia y en El Periódico, parecen salir de la pluma de un periodista ilustrado de los de antes, de aquellos que en vez de estudiar Teoría de la Comunicación I, II y III se dedicaban a leer, viajar, estudiar historia, derecho o economía. Sin necesidad de ampliar estudios con másters, aquellos plumillas se metían, en cuanto podían, en cualquier redacción. Allí aprendían a titular, a escribir rápido, a fumar mucho y a salir tarde, normalmente a tomar algunas copas. Yo no sé Francesc, si tú también aprendiste o hiciste algo de eso cuando eras Secretario de Redacción de la revista Destino, una que yo de muy joven me solía comprar y que dirigía Néstor Luján, y en la que colaboraron muchos grandes escritores, entre ellos, para mí uno de los más grandes catalanes, Josep Pla.

De Carreras también fue profesor de las primeras promociones de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Autónoma de Bellaterra, inaugurada a inicios de los 70. -Yo creo que la primera vez que te ví fue allí. Tú a mí no me viste, ni me miraste, evidentemente, yo era muy joven y cuando hay una generación en medio, los de abajo miran más hacia arriba-. En los 70 vi por primera vez a Francesc de Carreras. Fue una amiga mía, Lourdes, quien me lo señaló -él estaba tomando un café en la barra- y me dijo: “Es comunista, amigo de Solé Tura. Un tipo algo seco, pero agradable. Creo que mi padre le conoce“. En Cataluña mucha gente se conoce, al menos entonces en la universidad se conocía mucha gente. Lourdes era hija de Oriol Martorell, fundador de la Coral Sant Jordi y catedrático de Historia de la Música. Ese día decidimos que el profesor treintañero estaba bastante bien y nos preguntamos -perdónenme el atrevimiento- si sería atacable. La liberación sexual había llegado y aún faltaban décadas para la corrección política.

Tengo que decirles que sus conocimientos extensos como jurista y constitucionalista, así como su capacidad de explicar la ley al común de los mortales, han sido útiles y fundamentales, más aún en Cataluña. ¡Quién nos iba a decir que serían tan necesarios en nuestro Estado de Derecho, en la España del siglo XXI! Pero lo son. Corren tiempos en que el ataque a la democracia parlamentaria se ha convertido en deporte nacional. Durante décadas, quisimos creer que el nacionalismo catalán era pactista y conservador, que tenía mucho sentido común, pero hemos sido superados por la fe de cientos de miles de personas -algunas con despacho y salario públicos- que creen firmemente que saltarse las normas, incluso la Constitución, es legal; su democracia, al parecer, está por encima de las leyes. En su artículo “Milagros y prodigios de la Generalitat”, Carreras se preguntaba: “¿Estamos indefensos los que aceptamos la legalidad democrática y sólo a partir de ella podemos aceptar el cambio de las reglas constitucionales?” Y él mismo se respondía -quién mejor- reconociendo que, ante lo absolutamente loco e inesperado de los acontecimientos, poco estamos haciendo las instituciones y muchos de los ciudadanos. Leo textualmente: “¿Quién podía suponer que se llegaría a una situación en la cual un prófugo de la justicia, desde un país extranjero, podría dirigir la Generalitat presidida formalmente por un vicario suyo? La letra de la ley no contempla tal supuesto porque el legislador ni siquiera había imaginado una situación tan rocambolesca y anormal”.

Más allá de su magisterio para el periodismo y el derecho, admiro de Francesc de Carreras esa capacidad extraña de intuir lo que está por llegar, de anticipar el futuro. Ya en los ochenta vio venir a Jordi Pujol, a Convergència e incluso a la izquierda que se iba sumando inconscientemente o ingenuamente a las propuestas del nacionalismo. Carreras – creo que era admirador entonces del eurocomunista Enrico Berlinguer-  previó esa deriva nacionalista de la socialdemocracia y, tras el Congreso de 1981, pidió la baja del Partido Socialista Unificado de Cataluña, le llamábamos el PSUC. Otros, incluso en el  cinturón rojo de Barcelona, apostaron por la inmersión lingüística, por defender la educación totalmente en catalán desde la escuela primaria. Veían, siguen viendo en ello, una forma de integración, de reducir las desigualdades sociales.

Alejado del socialismo, aunque creo que sigue siendo amigo de muchos socialistas, -he hablado con algunos de ellos para asegurarme de que no iba a decir ninguna tontería y todos me han dado recuerdos-, no se ha limitado a enseñar sobre derecho constitucional, ni sobre periodismo, ni sobre política, sino que se ha significado. Cosa que muchos no hemos hecho, hasta demasiado tarde.

Leo textualmente una frase que publicó el Foro de Babel: “Todo ataque a las posiciones nacionalistas se convierte en un ataque contra Cataluña y todo disidente de la doctrina oficial es un anticatalán». Frases como estas no fueron suscritas por Francesc ayer, ni en el Año 1 de la Era del Procés, sino hace más de dos décadas, en los manifiestos del Foro de Babel. Fue una iniciativa de intelectuales y artistas en defensa del bilingüismo y contraria a una nueva  ley de Usos del Catalán que endureció la llamada “normalización lingüística”. Muchos de los que firmaron el primer manifiesto de 1997 (Félix de Azúa, Victoria Camps, Rosa Regás, Miguel Ribas o Isabel Coixet) han sufrido una verdadera escabechina moral en Catalunya. En junio de 1998, casi al final de la penúltima legislatura de Jordi Pujol y ante una situación “cada día más preocupante”, difundieron el segundo manifiesto. 

Tengo que admitir que yo no los firmé, ni el primero ni el Segundo.  Pensé, como tantos otros, que el Foro de Babel exageraba, que la educación de nuestros hijos en catalán y sólo en catalán, no les impediría aprender castellano y usarlo cuando les diera la gana. No me lo impidió a mí, pero yo estaba en otro momento en Cataluña, aprendiendo catalán y castellano. De hecho aprendí el castellano en la escuela y el catalán en casa. En mi familia desde el 37, desde siempre, se habló catalán. Pero nuestros niños siguen, desde luego, hablando en español en muchas casas y también en el patio del colegio. Los lazos familiares, las distintas identidades, las costumbres, los recuerdos, las lecturas, las televisiones, las redes y siglos de bilingüismo (una realidad de siglos) impide que se acabe el castellano en Cataluña, lo impedirá en el futuro también. Sin embargo hoy siguen muy preocupados incluso porque se hable catalán en el patio del colegio. Lo que me parece llevar las cosas al lugar donde nunca debían haber llegado.

De Carreras ha sido muchas cosas, entre otras, miembro del Consejo Consultivo de la Generalitat entre 1981 y 1998, o sea que conoce muy bien la política catalana, y por dentro. Ha dado numerosos argumentos, no ha cejado, no se ha vencido para demostrarnos que la legalidad hay que cumplirla y que la Constitución se puede cambiar, pero si no se cambia debe respetarse. Y eso me da pie también, porque además de político y catedrático, ha sido fundador de muchos partidos politicos. Bueno de muchos no, de uno. Estuviste en otro, fundaste uno y fundaste también el Foro de Babel. Esa carta de la que ha hablado Miguel Ángel, que empezaba diciendo: “Querido Albert”, presagiaba lo peor. Yo pensé: “Dios mío se va”. Y efectivamente dejó el Partido. Porque, como les decía, es un poco un gurú del futuro. Lo ve venir. Cuando los demás estamos ahí tan tranquilos, él lo ve venir. Y no es un filósofo sino un abogado pragmático, sigue, tozudamente, explicando lo que está pasando, con un sinnúmero de argumentos de los que, a estas alturas, no me atrevo a discrepar. Creo, como él defiende, que “hay que salvar al catalanismo”. “No hay en Cataluña tres vías”, asegura el premiado, “sino solo dos: la nacionalista independentista (que ha gobernado la Generalitat desde el pujolismo hasta hoy) y la catalanista/autonomista, en donde deberían estar todas las fuerzas políticas constitucionalistas de Cataluña”.

Es el hombre que ayudó a fundar Ciudadanos y que estuvo al lado de Albert Rivera en 2006, cuando el joven abogado fue elegido como líder de la formación. Es el De Carreras más político que fue esencial en la construcción del mensaje constitucionalista y de centro de Ciudadanos.

Pero más que el interés político siempre prima en Francesc su espíritu libre, la necesidad de decir lo que piensa, muy bien dicho, sin enfadarse y un empeño, un poco extraño, de huir de la socorrida equidistancia, del camino fácil. Ese hacer lo que le parece correcto le llevó, el pasado mes de junio, a escribir la tan famosa carta. La verdad es que Rivera tardaba un poco en responder o “entrar al trapo”, como dirían los taurinos. A mí también me gustan los toros, Presidente. Y a mis abuelos y a mi padre, tan catalanes, también les gustaban. En política vamos a ver qué pasa. Los errores y los meses perdidos se suelen pagar en votos, pero espero que al menos consigamos una estabilidad para España.

Francesc le alabó a Albert el trabajo hecho, pero no se cortó al acusar al ya no tan joven líder de “anteponer supuestos intereses de partido a los intereses generales de España”.  Tras pedirle que rectificara, cerró su carta con esta sentencia:  “Muchos no desean que a Ciudadanos les una solo un melancólico recuerdo”. Cuando leí esa poética frase, pensé: no será la primera vez que De Carreras predice y acierta.

Rivera, por su parte, ha tardado en recoger el guante, pero acaba de anunciar que estaría dispuesto a pactar con Pedro Sánchez.  Veremos. En política, los errores y los meses perdidos se suelen pagar en votos.

A mí me gustaría hablar hoy, en una de mis dos lenguas, de muchas otras cosas que no tuvieran que ver con mi lugar de nacimiento, pero el inacabable proceso de destrucción de la convivencia democrática -y también el deseo de no aburrirles- lo hace imposible.  He venido a Madrid, con mi apellido cargado de eles o elles, como quieran, a decirles a los miembros del Jurado, a todos Vds., que han distinguido a alguien que se merece como pocos un premio a la convivencia y a la libertad de expresión, a Francesc de Carreras, que habla y escribe de Cataluña porque siente preocupación por  España.

Rosa Cullell

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