Toreros

Incorruptible Urrutia

Rubén Amón escribe en su editorial publicado en la edición conmemorativa a los 50 años de la orden de cierre al diario MADRID sobre la figura del cronista taurino Julio de Urrutia

Julio de Urrutia fue un cronista independiente y honesto. No se deberían destacarse uno y otro rasgo en circunstancias normales, pero la trayectoria del crítico taurino del Diario Madrid representaba una extravagancia entre los colegas sobrecogedores. Era el adjetivo al uso que caracterizaba  a los periodistas “trincones”. No es que estremecieran con sus escritos. Lo que hacían era coger sobres, percibir la mordida en envoltorios, normalmente de los toreros, pero también de empresarios y de ganaderos.

Urrutia tenía su manera de aislarse de la corrupción circundante. Y sostenía que el crítico taurino debía evitar incluso establecer contactos personales con los toreros. Respetarlos, claro. Admirarlos cuando procedía. Pero asumir y aceptar “que lo peor que puede darte un torero es su amistad”.

La incorruptibilidad era un rasgo no menos elocuente que el conocimiento y la buena escritura. Son amenas las crónicas de Urrutia. Destacan por su enjundia y por su reputación en las páginas del Diario Madrid, especialmente cuando sobrevenía la feria de San Isidro. Por eso tiene sentido evocar la última isidrada que llegó a tiempo contar la sección taurina del periódico, no ya fascinante por la proliferación de los toreros americanos que comparecieron en tropel -Curro Girón (Venezuela) Lomelín, Curro Rivera, Eloy Cavazos (México), El Puno (Colombia)-, sino porque se lidiaron por vez primera ejemplares de un hierro mexicano: Mimiahuapan.

No había mucho público en los tendidos, entre otras razones porque Palomo Linares se encerraba a la misma hora con seis toros en plaza madrileña de Vistalegre, pero Urrutia respeta la hegemonía de Las Ventas y expone los méritos que contrajo Victoriano Valencia en la lidia de Amistoso.

“Amistoso llegó a la muleta de Victoriano tras de pasar de forma descompuesta en cuatro ocasiones distintas por el trapo rojo de un espontáneo, que es el primero por ventura que hemos visto lanzarse al ruedo con corbata. Valencia no se arredró por tan desalentadores comienzos, antes bien, y dándose se perfecta cuenta de que se hallaba ante un toro bravo y cinqueño, y, por tanto, de mucho sentido, lo trasteó por bajo con unos doblones extraordinarios, para exhibir después toda la gama del toreo en redondo que fue lo mejor de la tarde…”

La novedad de las reses mexicanas se trató un exotismo que Urrutia explicó a sus lectores con menos entusiasmo que los faenones de Paco Camino y de El Viti. El primero cuajó una faena de época a a un bellísimo “pablorromero” (Serranito), mientras que Su Majestad desorejó a un “atanasio” gracias al magnetismo de la mano izquierda. Tenía buen gusto Urrutia en sus favoritismos y predilecciones. Conocía bien al toro. Y adquirió un equilibrio insólito entre la erudición y el instinto periodístico.

El triunfador de aquella “última”  isidrada fue Antonio Bienvenida. Evoca la crónica de Urrutia la naturalidad y la donosura con que el maestro se sobrepuso al contratiempo de una cornada de Andrés Vázquez. Toreaban mano a mano. Y Bienvenida hubo de lidiar cinco toros. El premio de las cuatro orejas sirve de pretexto a una crónica inspirada y entusiasta de Julio de Urrutia. Estaba sobrecogido. Y no porque le hubiera llegado a casa un sobre con billetes ni con entradas, sino porque la crónica que lucía el ejemplar del Diario Madrid trasladaba el apasionamiento y cordura de un cronista taurino que se mantuvo incorrupto en la era de gloria de la corrupción.

Rubén Amón

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