Estamos reunidos en la sede la Fundación del Diario Madrid para celebrar a Andrés Rábago, es decir, a El Roto, a OPS, a Jonás, también a Ubú (este último un viejo heterónimo que usó haciendo un guiño al personaje de Alfred Jarry, en tiempos de dictadura). ¿De quién hablamos? Del discreto, enigmático y brillante autor de algunas de las opiniones más pertinentes, crudas y memorables que ha recogido la prensa española desde hace más de 50 años. Esas opiniones, observaciones y comentarios afilados parten de la actualidad, pero no dependen de ella: la perforan. Por eso, las viñetas de Andrés Rábago y sus firmas, (tan notables como las de Pessoa, aunque menos numerosas) nunca pierden vigencia; su blanco y negro nunca queda desvaído.
La carrera de Andrés Rábago arrancó con un primer dibujo que publicó en la Estafeta Literaria, la publicación del Ateneo cuando la dirigía Eladio Cabañero. Se trataba de una viñeta, no de una ilustración, y en eso sigue hasta el día hoy. Sin periodos intermedios. Porque el dibujante Andrés Rábago hace viñetas, SUS viñetas, un género del que no se ha movido: chistes con un pequeño texto, sin bocadillo, trazados sobre un Dina 3, con Rotring antaño, luego con rotulador, y desde hace unos años, (tras su trabajo sobre Goya en el Museo del Prado), con aguada y pincel.
Cuenta que en los años de la dictadura, cuando el Diario Madrid estaba en los quioscos, usó a OPS para trabajar sobre el inconsciente personal y el inconsciente colectivo. Esa «basura acumulada durante el franquismo» la iba sublimando con un lenguaje pictórico, por eso OPS era mudo y su idioma era el silencio. Pero, cuando el dictador murió, no había ya motivo, ni margen para esos dibujos silentes: la sociedad estaba desamordazada, y la palabra, en democracia, mandaba. Fue entonces cuando Andrés Rábago decidió saltar a la calle, con El Roto. Cambió de piso, bajó a ras de suelo, y ese espacio público queda plasmado en unos dibujos que no buscan, según él explica, ni escandalizar ni adoctrinar, sino que pretenden señalar y estimular una toma de conciencia, un ejercicio básico en las democracias que tratan a sus ciudadanos como adultos. ¿Cuántas ideas caben ahí? Basta con mirar la viñeta diaria del Roto para constatar que caben muchas más que en largos tratados de filosofía o sesudos análisis periodísticos, que se afanan por conectar los puntos de un dibujo que en esas largas diatribas nunca acaba de cuadrar.
A mí me gusta pensar en el trabajo de Andrés Rábago, como en una peculiar forma de aforismo gráfico y escrito. Me fascina su tácita rebeldía. Su carácter tranquilo, su falta de aspaviento y la contundencia innegociable de su trabajo. Le conozco desde la infancia, cuando su perro con manchas blancas y negras, un Dálmata, jugaba con mi hermano Miguel, conmigo y con su hija Beatriz, bajo la supervisión y el cuidado de Lupe Cossío, su mujer.
Volvamos al campo de batalla de Andrés Rábago, esos 29,7 por 42 centímetros, un espacio en el que desde el principio apostó por un humor que no era blanco y por un dibujo no costumbrista. El Roto reivindica que hay ideas detrás del ruido cotidiano, y busca la permanencia en un género, el de los periódicos, que se sustenta en la caducidad imparable de sus contenidos. Sin pomposidades huecas, desde la elegante e inteligente discreción que le caracterizan, y sin moverse ni transigir un ápice para rendir ningún tipo de pleitesía al poder, Andrés Rábago trata, como él dice, “temas de fondo”. Y se dedica a sus ideas, no a las de otros. Ese trabajo es el que hoy se premia.
La revista Triunfo, donde también trabajó su hermano Joaquín como periodista, el semanario Hermano Lobo, Cuadernos para el Diálogo, Diario 16, Cambio 16, El Independiente, El Periódico de Cataluña, forman parte de la larga lista de medios en los que ha publicado su trabajo, que desde 1990 aparece en las páginas de El País. De lunes a viernes, 11 meses al año El Roto emplea ese lenguaje nuevo de la sátira que él ha creado, esos dibujos con texto que, con frecuencia, nos congelan la sonrisa. “Mínimo de elementos para llegar al máximo», y que «el dibujo tenga la misma dureza que las palabras del texto”, así resume él su poética.
Observador insobornable, la curiosidad y el compromiso ético alimentan, desde hace décadas, la opinión del dibujante, pintor, editorialista, y artista que ha fijado su mirada en el mundo, y que no se distrae en celebrar su belleza o en adornarlo. Y da igual cuán oscura sea esta época, Andrés Rábago y El Roto sabrán alumbrar la corriente submarina que mueve los titulares.