Redacción del diaroi MADRID

Madrid y el recuerdo de un periódico valiente, por Javier Rioyo

«Madrid, corazón de España, que es de tierra, dentro tiene, si se le escarba, un gran hoyo, profundo, grande, imponente, como un barranco que aguarda…»

Ese poema de Alberti se refiere a la defensa y resistencia del Madrid republicano. Escrito desde el otro lado de la barricada, desde el lado rojo que era el contrario al lado azul y monárquico que representó el Diario Madrid en los primeros y franquistas tiempos de su origen. Un periódico que usurpó el edificio que albergaba El Heraldo y El Liberal y que se mostró aliado con la Alemania nazi en tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Pronto viró a las cercanías de Don Juan y al Opus Dei, en su vertiente más aperturista. Importante periódico de nuestra juventud, diario de «la noche», espacio de liberales que «degeneraron»- algunos- en progresistas. Diario no franquista, ni fraguista. Es decir, un órgano del fango para los poderes en aquellos años sesenta. Ya se atrevió entonces a desviarse de la correcta interpretación, del control de los medios que se implantó con la llamada ley Fraga del 66. Uno de sus principales periodistas, y hoy presidente de la Fundación Diario Madrid, Miguel Ángel Aguilar, dice que la persecución y derribo final del diario fue «porque se caracterizaba por la falta de calor en el elogio a Franco». 

Eso es siempre sospechoso. Y además está muy feo. Hay que ser un poco más generoso con el poder, encontrar, aunque no sea fácil, los argumentos para el halago, poner sordina a las críticas, decir las mentiras a los lectores, cumplir la penitencia, hacer columnas serviciales, poemas líricos para la mayor gloria del poderoso, esconder las pequeñas sospechas de fraude, engaño, bulo y mentiras que el señor y su entorno hayan sido capaces de cometer por error, omisión, plagio y malas prácticas. Sin esos méritos hay poco que rascar.

El buen reaccionario de la izquierda, Ovejero dixitno es raro que en el poder progresista/nacionalista se puedan fiar de los medios, de los periodistas, de los enfangados y rebeldes varios que no se atienen a la alabanza del puto amo y sus palmeros. Por ese camino no se puede ir a Roma y, mucho menos, tener una audiencia con el Papa más abierto y progresista que ha conocido el cristianismo. Y no es lo mismo estar bajo la cúpula vaticana que bajo la madrileña cúpula de San Francisco el Grande, que es solo la tercera. Ni es lo mismo ser Dylan, recibido por el Papa, que Sabina al que no se le espera, creo. Aunque a muchos madrileños esa cúpula de Vitrubio con esos frescos goyescos, ya nos vale. Y nos pilla más cerca. Seamos modestos sin dejar de ser críticos. Pero esa no era mi homilía, ni mi confesión de hoy. 

PRENSA – DIARIO MADRID – LECTORES

Ahora toca pedir perdón por nuestros pecados de periodistas libres e independientes y cumplir la penitencia. Lo cual no quiere decir que no demos pelea por la búsqueda de la libertad de información y la libertad de opinión. Queremos seguir no alejándonos de la funesta manía de pensar. Y, aún diría más- como aprendí en mis lecturas de Tintín- tampoco quiero mantenerme lejos de «la peligrosa novedad de discurrir», como dijo un gacetillero del XIX. Ya no será novedad pero tampoco arrasa tanto el discurrir. Ni el debatir, discrepar o mudar. Yo, lo confieso, soy un mutante. Antes era un tonto y lo que he visto me han hecho dos tontos, por no apartarme mucho de los muy navegados y usurpados mares de Alberti.

El Madrid fue una escuela para los aspirantes a periodistas y una bocanada con prudentes libertades ejercidas por compañeros que no creían que la verdad tuviera que ser escrita, manipulada o regulada desde el poder y sus sometimientos. No estaban solos pero fueron imprescindibles. El franquismo se caía, debería haberse retirado a sus pazos, pero no hizo caso ni al clamor social ni a Calvo Serer, que usando a De Gaulle como excusa, pidió entre líneas metafóricas la jubilación del caudillaje. Los cazadores de brujas del régimen, el equipo de censores del Pardo y/o del ministerio de Fraga, sabían leer y, sin exagerar, ¡aún más que Urtasun y sus progres! Y leyeron Franco dónde se nombraba a otro general.

La brigada de la corrección no era tonta y las cosas siguieron no poniéndose fácil para el ejercicio de este oficio de riesgo y para muchos medios que se movían entre la ironía, la rebelión y la crítica. Cierres, censuras y multas recibieron, entre otros, DestinoTriunfo, InformacionesLa Codorniz… incluso el Abc de Ansón tuvo varios encontronazos. Menos Don Juan, menos risas, menos burlas y más empeño en el halago. Que la información no es una broma y la información y los informadores tienen que estar controlados desde El Pardo o desde La Moncloa, desde la Castellana o desde Ferraz.

Los periodistas en tiempos franquistas no eran milicianos, ni falangistas -aunque algunos de ambos credos resistieran en sus trincheras- y no siguieron los romances de la defensa de la ciudad sitiada: «Madrid, sabe defenderse con uñas, con pies, con codos, con empujones, con dientes, panza arriba, arisco, recto, duro…». Eso es muy hímnico, muy de animar a la tropa, pero los profesionales del Madrid, ya no estaban en la ciudad ni de Corte, ni de cheka. La libertad se ganaba de otra manera, con otras armas, con otras letras. 

Reunidos en la Asociación de Periodistas Europeos los miembros del jurado del XX premio de periodismo diario Madrid, 15 escritores y periodistas de todos los colores, decidimos otorgar por mayoría el premio a Andrés Trapiello. El muy reconocido escritor y editor, con décadas de colaboraciones en prensa o publicando ensayos, poesía y novela, une, a su capacidad intelectual, una muy honrosa actitud ciudadana en la que, siguiendo su espíritu cervantino, ha sabido en todo momento defender con las armas de sus letras y su pensamiento eso tan necesario que nunca olvidamos del Quijote: «La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos: con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra, ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida; y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres». 

Ni cautivos ni desarmados, de manera democrática, con las discusiones necesarias y las argumentaciones debidas, en el día que desde los poderes se anunciaban nubes y controles contra el ejercicio libre de nuestro oficio, se decidió apostar por uno de los «madrileños»- nacido en Manzaneda de Torío, como todo el mundo- que saben decir y contar la ciudad que hizo suya y los mundos abiertos de la creación sea de dónde sea y venga de donde venga. De la estirpe de Chaves NogalesBaroja, Unamuno, Azorín u Ortega, el cervantino Trapiello recibió la noticia de otro de nuestros grandes escritores y periodistas, de Manuel Vicent, que presidió nuestro jurado.

Seguramente no están en el mismo espectro de pensamiento pero sí coinciden en la necesaria libertad para el que sea creador o lector, para el que camine a pie por tierras extremeñas o navegue en velero por su Mediterráneo. Me alegré, nos alegramos, cuando el maestro, madrileño de Castellón, le comunicó a Trapiello la decisión argumentada del jurado: «Otorgar el XX Premio de Periodismo Diario Madrid a Andrés Trapiello por su vínculo a la historia del periodismo literario, por su profundo conocimiento de la tradición de las letras, por su amor a la escritura, a la historia de un país y una ciudad que siempre ha necesitado de los escritores comprometidos con la libertad. Su obra y su actitud civil lo hacen merecedor de un premio que reivindica el periodismo libre, valiente y sin sectarismos».

Aquel gran hoyo que dejó la voladura del Madrid no lo olvidaremos. Sobre su recuerdo, y la metáfora de un edificio hecho desaparecer, de una redacción que no fue derrotada porque sus armas eran sus letras. Ahí quedan.

El premio se entregará en la calle Larra, un nombre y una calle para seguir escribiendo y contando. Y seguiremos errando y corrigiendo. Aquel santo que sabía escribir y pensar nos lo dejó dicho: «Errar es humano; perseverar en el error es diabólico». Veremos.

Javier Rioyo escribió este artículo, publicado en The Objective el 20 de septiembre de 2024.

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