Voladura del diario Madrid
Voladura del diario Madrid

El cañonazo final

Miguel Ángel Gozalo narra en la edición conmemorativa publicada 50 años después de la orden de cierre al diario MADRID esa desigual batalla de cinco años entre el tardofranquismo y unos predemócratas que todavía no tenían nombre

La voladura del edificio que acogía al diario Madrid, con la desoladora apariencia de un terremoto o un bombardeo -imagen que mereció la gloria póstuma de ser portada de periódicos de todo el mundo- se ha convertido, por su carga metafórica (vean cómo nos las gastamos aquí con la prensa levantisca) en la síntesis de aquella larga y desigual batalla de cinco años entre el tardofranquismo y unos predemócratas que todavía no tenían nombre. Pero eso pasó meses después, con el diario muerto y enterrado. Cuando conquistó su epitafio y desencadenó las necrológicas fue antes, el 25 de noviembre de 1971: el día del «ya no va más», se acabaron las bromas y el toreo de salón, después de un cierre anterior de cuatro meses y muchos expedientes y multas. Esta es la crónica de un deceso pregonado (para esquivar el topicazo de copyright caribeño).

Estaba cantado. Los expedientes eran como las campanadas de un reloj, a la espera de la última y definitiva, y todo el mundo lo veía venir. A mi mismo me lo había proclamado el ministro Fraga en persona, personalmente, cuando fui a saludarle, por obligado protocolo ante el gran visir gubernamental de la información, que había traído a la vida española una ley de prensa con freno y marcha atrás. En la entrevista, un rápido «hola y adiós», me dijo que celebraba que después de dirigir Informaciones me hubiese fichado el Madrid (qué raro suena esto para un seguidor del Atleti), pero que les advirtiese a mis amigos del periódico (el presidente Calvo Serer y el director Antonio Fontán) que tenía el cañón a punto y que lo dispararía en el momento oportuno. La preparación artillera (un libro de conversaciones con él, escrito por Eduardo Chamorro, se titula «El cañón giratorio») fue una de las características de Fraga, que, admirador de los Estados Unidos, hacía suya la recomendación del presidente Wilson: hablar bajo, pero con un garrote a mano. El lo hacía a gritos, acariciando el cañón.

La munición definitiva llegó cuando Calvo Serer tuvo la ocurrencia de escribir un artículo titulado «Retirarse a tiempo: No al General De Gaulle», que se leyó al trasluz, como se leían algunas cosas entonces. Los leguleyos encontraron los resquicios para el cierre. Amando de Miguel, un distinguido colaborador del periódico y yo, que esos días ejercía de director del periódico, por ausencia de Fontán, queríamos, insensatamente, suprimir el nombre de De Gaulle, y titularlo «No al General». Nos disuadió de ello el asesor jurídico, el catedrático José María Desantes, un nombre de leyes que no quería más líos.

Cuentan que Fraga, al ver el artículo, dijo: «Los he pillado a los dos, a Calvo y a Fontán». Pero a don Antonio Fontán sus latines le habían llevado al extranjero y al frente del periódico estaba un modesto gacetillero, rodeado de una tropa talentosa y desarmada.

Lo siguiente es conocido. Pero hemos llegado hasta aquí, para recordarlo. Como dice el poeta:  «Han pasado lentos los años / pisando como paquidermos… Y luego, y luego, y luego, y luego, /es tan largo contar las cosas».

Los expedientes son ya papel mojado y no hay que leer nada al trasluz. Aquello forma parte de un pasado que nos ayuda a avanzar. De Amando de Miguel es esta reflexión sobre el periódico:  «Cuando se cerró el Madrid, cada mochuelo se fue a su olivo. Pero antes, el único olivo era el Diario Madrid».

A quienes se esforzaron por combatir aquel desafuero, gracias.

Miguel Ángel Gozalo

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