Vuelvo a Barcelona en estos días de agosto, la atmósfera prieta, pegajosa. Y me encuentro con una interesante sorpresa: el número extraordinario de la revista madrileña «Cuadernos para el Diálogo» dedicado a la cultura del país: «Cultura catalana. Perspectiva 70» No sé cuántos lectores tiene ahora esta publicación ni cuál es su eco internacional. Tampoco sabía, en diciembre de 1967, cuál era el peso exacto de la revista francesa «Europe», que consagró también un grueso número a la «Littérature catalane». Lo que sí sé, sin embargo, y lo sé con una convicción total, es que necesitamos con urgencia, dramáticamente si se quiere, de una proyección cosmopolita: que se nos conozca, que se nos tenga presente, que contemos en la hora de hacer balances sobre la creación del mundo.
DEFENSA DEL HOMBRE
No obstante el asunto presenta dos caras: la del pez grande que se come al chico y la de la necesidad de defensa del hombre de hoy frente a los universalismos de fabricación en serie. Si nivelamos todos los pueblos y todas las razas siguiendo el criterio usado por la maquinación, pongo por caso, ¿a dónde llegaremos? Fatalmente a crear una raza de robots, en la que un polinesio, un sueco, un iraquí, sean tan idénticos como pueden serlo los coches construidos en Milán, Chicago o Moscú. De ahí, de este salvaguardar las esencias propias, ha nacido tanto la creciente atención que en todo el mundo se presta a los fenómenos artísticoliterarios locales o limitados, como el proceso de descolonización que afecta a varios continentes. Un boliviano, un checo, un argelino, quieren ser lo que son y no un reflejo despersonalizado de los Estados Unidos, Rusia o Francia.
La cultura catalana tiene, además, otro problema. «El casi» al que eludí más arriba: todos los países que he citado cuentan con un Estado propio, un Estado que tiene lengua oficial, la que habla la mayor parte de la población. Aquí no: el idioma oficial es el castellano. Dejando aparte ahora una serie de cuestiones, y saltándonos la falta de escuela y de «mass media» en catalán, una evidencia nos presiona en todos, absolutamente todos los órdenes: intentan cubrir nosotros lo que las instituciones oficiales hacen. Procurar, pues, asomarnos al exterior. El famoso «boom» de los literatos latinoamericanos, ¿no ha sido hecho, básicamente, desde fuera? ¿No trabajan en el extranjero, no se han impuesto en sus respectivos países después de ser conocidos en el extranjero? Cualquier nación, ¿no aspira comercial y políticamente a incidir en el concierto internacional?
Pero, ¡cuidado!: nuestra intenacionalización vendrá de lo que consigamos hacer en nuestro ser y no desvestirnos con otros ropajes. Internacionalizarse no quiere decir despertar. Porque el desertor es, primordialmente, esto: un desertor. Lo cual no quiere decir, tampoco, que un desertor no pueda llegar a convertirse en un gran pintor, un gran escritor. Una planta tropical trasplantada a otro clima se metamorfosea en otra planta: generalmente en el mísero boabab que tenía Tartarín de Tarascón en una maceta. O también, excepcionalmente en Joseph Conrad. Pero Conrad es un escritor inglés, y como tal, nada que ver con Polonia.
ESTÚPIDA GUERRA
Este planteamiento, sin embargo, queda cojo, porque no todas las trabas dependen de las circunstancias seculares adversas. Existen en el país especies de tipos que cargan todas las dificultades en el vecino, arropados en la creencia de la propia e inmaculada grandeza. Hay que empezar para vernos a nosotros mismos, y lo cierto es que hoy enzarzados en una estúpida guerra de guerrillas los unos contra los otros. Hasta hace ocho o diez años, la cultura catalana batalló básicamente por su supervivencia, lo cual ocasionó un frente común compacto. No es que ahora hayamos vencido esta etapa, pero sí la hemos superado en una parte considerable: nadie duda del hecho natural catalán y la perspectiva, por lenta y tortuosa que sea, parece bogar a favor de sucesivas y parciales normalizaciones. Pero esta distensión, a la vez, ha roto la antigua cohesión y nos ha hundido, al menos en parte, en un caos inútil y risible, en el que la imprescindible autocrítica y criba de valores degenera con frecuencia en ridículos autobombos y en apuñalamientos verbales del vecino. «Cataluña, devoradora de hombres», decía Gaziel. Yo no soy tan escéptico y me limitaría a calificarlo como minoría de edad. O subdesarrollo.
HECHO LAMENTABLE
Lo que ha ocurrido recientemente con Josep Carner ha sido lamentable. Carner, el «Príncep» puro y sublime, el mito, vivía en el exilio. Cuando estaba en plena forma, por voluntad propia y por instigación de múltiples personas del interior, se mantuvo alejado. Y era entonces cuando Carner hubiera podido ser una pieza preciosa aquí para nuestra recuperación, como lo fueron Caries Riba o Ferran Soldevilla. Para mí y suplico que nadie se duela leyendo esto, porque nada tiene que ver con las posturas morales y políticas que comprendo y admiro, el exilio tendría que haber terminado radicalmente hace quince años, el Gobierno, a mi entender, pudiera haber promulgado entonces las disposiciones jurídicas que ha lanzado después hacia la paliación de este aspecto de la guerra civil, y los exiliados tendrían que haber vuelto. El exilio ha sido uno de nuestros más profundos males: es aquí donde haremos el país de mañana. Bien, volvamos a Josep Carner. Carner queda afuera. Y Carijer va enfermando, pierde la memoria, la resistencia física. Se le agudiza la nostalgia de Cataluña. Y se piensa en traerle. Pero no se piensa en colmar la nostalgia, lógica, del poeta, a través de un viaje discreto, el adecuado estado de su salud. Se monta, por el contrario, un «show» un acto y unos desfiles públicos: se hace de Corner un acontecimiento civil. Para el cual estaba preparado el poeta quince años atrás, pero no ahora. la gente queda primera estupefacta y dolorida al contemplar a un anciano vacilante, incapaz de sostener una conversación. Pero la gente, después, comienza a hacer correr anécdotas sobre el poeta, sus fallas aparatosas, su precariedad. Pronto surgen los chistes…
DESPUÉS DE MUERTO…
Paralelamente, está la concesión del «Gran Premi de les Lletres Catalanes»: se ha esparcido que sería para Carner, muchísimos ciudadanos opinan que debe ser para él, personas muy allegadas a los patrocinadores del premio han manifestado en privado que las cosas seguramente irán por este lado, ¿No son éstos, además los que han organizado su venida? Estos y otros, ¿ no patrocinaron su candidatura al Premio Nobel? y se adjudica el premio a Joan Oliver, con la sorpresa del propio interesado… «Cuando vino la comisión a decírmelo, me contó Oliver al día siguiente, yo creía que era porque había muerto alguien. El país sólo se mueve para honrar a los cadáveres». Yo no tengo nada contra esta concesión ni me refiero a ella intrísecamente. Sí tengo, en cambio, contra el montaje del «show» Carner y del ambiente Carner «Gran Premi». A partir de aquel momento, Carner, cansado de aquel momento, hecho objeto de comentarios jocosos, decepcionadas las personas que tenían con él relación íntima, es apartado de la circulación, y un buen día toma de nuevo el avión, fantasma vago y solitario. Para morir a continuación en Bruselas: y a su entierro apenas se va nadie de Cataluña apenas ninguno de los que antes habían volado allí y armado el tinglado carneriano. ¡Cuánta tristeza, cuánta!.
Los ejemplos podrían sucederse. ¿No se ha iniciado ya una bajada de «papel» Salvador Espriu, catapultado hacia todas las famas hace media docena de años? ¿No es ya mirado con suspicacia por los mismos que lo jaleaban? Recuerdo que mi última conversación con el poeta, hará un par de años, me confesó: «Mire, yo sé que me han linchado por una serie de razones que poco tienen que ver con mis libros. Ya verá como cualquier día me clavan agujas».
Felizmente, la obra de Carner, la Obra de Espriu están más allá de toda esta amargura. Pero nosotros y nuestros problemas estamos más acá. Y es este más acá el que tenemos que resolver: fortalecernos en el interior, abrirnos al exterior. Pero antes debemos dejar la antropofagia, todas las antropofagias.