Hacia una nueva conciencia
Hacia una nueva conciencia

Hacia una nueva conciencia

Editorial del 31 de octubre de 1967, firmado por José María Sanjuán y publicada en la página 3 del diario MADRID, en la que se hablaba de una generación de españoles, al filo de los treinta años, que por razones biográficas no habían conocido la guerra civil y a los que no valían las coordenadas políticas que había dictado el bando vencedor de esa guerra

La guerra civil de 1936 constituyó en el acontecer histórico español una de esas «rayas» históricas determinantes. Igual que lo ha sido el Concilio para la conformación universal. En estos casos las «rayas» suelen estigmatizar, pero lo que jamás llegan a permitir es vivir de sus rentas. De 1936 a 1967 han pasado, en matemática bien simple, treinta y dos años. Mucho tiempo. A simple vista este período de tiempo ha señalado el auge y vigencia vitalicia de los vencedores y la desaparición y desleimiento lógico de los vencidos. Pero en la infraestructura, el inmovilismo que ha traído el trauma hispano de 1936 ha ido cultivando algo más a sus espaldas. Una generación no hipotecada por la guerra en ninguna de sus dos versiones, una generación estrictamente nueva, para la que 1936 es, simple y escuetamente, un pasaje histórico mediato y en cierto modo doloroso (doloroso en su totalidad, claro). Sobre todo, de que españoles se fajaran contra españoles. Bien. Estos hechos son reales, no faltan a la verdad y hay que planearlos como sea. Yo, a esta generación nueva, desprovista de privilegios, europea en su cabeza y libre y democrática en su caminar, la he llamado «nueva conciencia». Precisamente porque España está y está demasiado llena de vieja época, de añeja conciencia, de inmóvil capacidad de maniobra. Los gestos, los himnos, las palabras, la dialéctica, son todos los elementos de baúl. Pero de baúl o de cómoda que sigue apareciendo en el escaparate de nuestra nación.

UNA NUEVA GENERACIÓN

Entre los «malos» y los «buenos», y por simple proceso biológico, ha nacido en España una generación que no es en sí misma distinta, sino que trata de situar su silueta joven, nueva, brillante, exenta de prejuicios, alejada de rencores de hipotecas, de privilegios. Una generación que «piensa». Unos hombres que saben que Europa es una realidad de la que estamos alejados precisamente por culpa del trauma de 1936. Una generación que conoce el poder, no mágico, sino real y tangible, de la palabra «libertad». Unos hombres que saben qué es y cómo se mastica la palabra «democracia». Una generación que tiene conciencia plenísima del camino que lleva el mundo en toda su ancha problemática y que conoce los senderos que lleva hoy nuestro país. La aparición de esta generación «nueva conciencia» no es, pués, ningún fenómeno extraño y su aparición no constituye un alarde misterioso. Yo creo, con mi mejor buena fe, que este es un detalle, el de la aparición de España de esta generación, que no ha podido pasar inadvertido en los cálculos que siempre apretados de los que todavía viven de las rentas pasadas, que usan gestos erradicados de Europa a la terminación de la gran guerra y cuya dialéctica sigue siendo si es preciso la de los puños y pistolas. Yo, que soy «nueva conciencia», lo pienso así, con enterísima buena fe, pero sospecho que estoy cayendo en una trampa. Porque el futuro de nuestra patria está fabricado sobre patrones demasiado vistos, la dialéctica es la misma, un triunfalismo carismático asoma a cada paso y seguimos creyendo que somos el ombligo del mundo, la cacerola de las nuevas fórmulas políticas. ¡Dios mío! que el comunismo, por poner un simple ejemplo, es la mayor amenaza del universo y que mientras el Real Madrid chute todo va bien.

UN ESTADO DE DERECHO

España vive hoy una coyuntura apasionante: la de su futuro. Todo futuro tiene una carga natural de hipótesis, pero la mano del hombre está precisamente para cincelar la conformación de este tiempo que vendrá. Hay, de momento, un hecho claro que no puede escapar a la sensibilidad entera del país. La aparición de una generación «nueva conciencia» que no cree en los mitos y sabe que la política es un arte de realidades específicamente concretas. Esta generación, que no ha conocido el trauma de 1936 y que, por lo tanto, no puede ni debe estar subordinada a los que lo procuraron sean los «buenos» o los «malos», como en el cine, aspira a que España sea un Estado de Derecho normal, corriente. Que la libertad aunque tenga las manos sucias algunas veces, como advierte André Malraux tenga también siempre razón. Que la democracia y su juego natural asome las orejas, pero no de mentirijillas. Aspira, en una palabra, a que España no pueda pasar jamás la vergüenza de ser excluída del Plan Marshall, que se proponía en su articulado reconstruir una Europa diezmada por los diablos del nazismo y del fascio y que se encontró en España con una «rareza» política incompatible con su emblema democrático. Aspira a que el Mercado Común y la incorporación a Europa no sea la infranqueable barrera que hoy es, por culpa precisamente de seguir manteniendo un «tipo» político que no va con los tiempos. Señores; de verdad, esto no es hacer demagogia. Esto es, precisamente, sentir muy dentro la trascendencia del presente español proyectado hacia el futuro.

Resulta entre gracioso, admirable y apasionante que en 1967 se siga pensando bajo los mismos cánones que en 1936. El mundo ha cambiado. España, también. Ha aparecido sobre la siempre dura, apaleada y tahúr tierra nuestra una generación a la que hay que escuchar y no sermonear. Honradamente pienso que es hora de que España se enfrente con valentía y heroísmo con su propio futuro. La generación de la «nueva conciencia» ha llamado a la puerta. Será un lamentable error no abrirle.

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